Titular notícies
José Luis López Bulla EL POTENTE ARTIFICIO DE JORDI ÉVOLE
José Luis López Bulla


La abuela de Antonio Quijada era muy pudorosa. Arrellanada en su butaca cuando salía en televisión Jesús Hermida se bajaba precavidamente la falda. Tal vez ese gesto era una forma de sentirse mirada por el presentador televisivo atribuyéndole unas intenciones que a Hermida ni siquiera se le pasaron por la cabeza o una forma de protegerse ante la potencia de las imágenes. La anécdota que nos contaba Quijada viene a cuento indirectamente por el reportaje de Jordi Évole sobre el intento de golpe de Estado de Tejero en aquel tristemente famoso 23 de febrero que ha levantado tanta polvareda.  


El debate sobre el artificio del prestigioso periodista no ha hecho más que empezar. Hoy, sin ir más lejos, los periódicos han abierto en distintas secciones la discusión. Los tres grandes temas que aparecen en reseñas y cartas al director versan sobre: ¿fue pura broma, una lucha por la consolidación de la audiencia del programa Salvados o una denuncia de hasta qué punto se puede incrementar la manipulación del común de los mortales mediante la vertiginosa sofisticación de las nuevas tecnologías? El mismo Ébole dijo al final del programa que se trataba de «una broma», y no seré yo quien le lleva la contraria.



Ahora bien, el estupor del personal (unos cuantos millones de telespectadores) podría explicarse por, al menos, estas cuestiones: a) la desinformación de la gente por lo que ocurrió realmente en aquella ocasión, y b) la inexistencia de una versión definitiva y creíble de lo sucedido no sólo el 23 de febrero sino en todo su contexto. Tras la emisión del programa –y su posterior clarificación--  muchos se sintieron aliviados y, todavía medio creyéndoselo, respiraron tranquilas: «de menuda me libré». Otros –sin ir más lejos mi amigo Eduardo Saborido— me escriben en facebook: «ah! el programa-broma de anoche sobre el golpe frustrado de Tejero, no me gustó nada. ¿Lo viste? lo dirigía un tal Jordi, creo, ¿lo conoces? es de ahí. Jugar con esas cosas... Volví a recordar el miedo cerval de muchos y la humillación de todos. Entonces no teníamos ni un mal fusil para defendernos».  O sea, a Eduardo le provocó una angustia explicable en aquellas personas que se sintieron amenazadas aquel día fatídico en lo más íntimo de su existencia. Así pues, un respeto por esta y otras opiniones.


Yo veo las cosas de otra manera. Comprendo el desparpajo de Évole y francamente soy de los que entienden que, de vez en cuando, hay que tomarse las cosas con sentido del humor. El problema que, en todo caso, me preocupa son las consecuencias de ciertas formas continuadas de artificio, hoy desgraciadamente consolidadas, en toda una serie de programas televisivos. Me refiero a la inclusión de trozos de otras situaciones, en un copia y pega,  en el programa que se está emitiendo. Veo con antipatía manifiesta que se introduzcan situaciones como ésta: para ridiculizar a alguien (seguramente merecedor de ello) aparece, por ejemplo, un ficticio diálogo entre Fulano de Tal y Carmen de Mairena. O Jesulín de Ubrique o Paquirrín. Que es tan chocante como la moda actual de intercalar publicidad en medio de un programa, incluso si el propagandista del anuncio es el mismo que está oficiando en el programa. Por no hablar de la potente cobertura que tienen la mayoría de los políticos instalados.


Puede ser el caso que un gran número de personas –como la pudorosa abuela de Quijada--  piensen o crean que aquello que veían era real. Y, por tanto, merece crédito; mejor dicho: ni siquiera se plantean si es merecedor de crédito, justamente porque sale en televisión. Lo que recuerda la jactancia de quienes decían, en otros tiempos –y tal vez ahora--  que “si no sale en La Vanguardia es que no ha sucedido”. De manera que, quizás (lo digo titubeando) la denuncia de la manipulación de los medios de comunicación puede traducirse no en su crítica sino en justamente lo contrario.


No todos, ciertamente. Recuerdo de niño chico cuando Luis Pepinico, de santaferina nación, me decía alrededor de la mesa camilla, leyendo El Caso: «Eso de que se ha llegado a la Luna son gabinas de cochero: mentiras de los papeles». Pero, claro, el Pepinico era un resistente. La pregunta que se me ocurre: así las cosas ¿hacía bien la abuela de Quijadita en bajarse la falta hasta debajo de la rodilla?


En resumidas cuentas, mi impresión es que el reportaje no es una excepción detonante sino en todo caso una "exageración controlada" respecto de la regla aceptada para los reportajes "informativos" habituales. Pregunta: ¿cuántas falsificaciones nos colaron en aquel otro reportaje sobre el 23-F en el que tan bien parados salían Juan Carlos de Borbón y algunos otros? Quizá por ahí iban los tiros de Évole. Por lo demás, convendría no escatimar elogios a los políticos que intervinieron en el reportaje. Me refiero a su probada capacidad de mentir. Como en otras ocasiones ni se les notó.


Radio Parapanda. Isidor Boix en  "PASIÓN POR EL SINDICALISMO - MIS RECUERDOS"

Últimes Notícies