Nota editorial. Publicamos la primera parte del capítulo «El socialismo herético» del libro La sinistra di Bruno Trentin. Recordamos que las anteriores entregas se publican correlativamente en http://theparapanda.blogspot.com
Iginio Ariemma
El socialismo herético
Bruno Trentin, entrevistado por Bruno Ugolini (L´Unità, 6 de junio de 2006), dos meses antes del trauma que le llevó a la muerte un año después, dijo: «… intento participar en este proceso unitario y, al mismo tiempo, morir siendo socialista». La referencia es al Partido democrático cuando se debatía su constitución, que se consideraba necesaria y urgente tras el resultado positivo de las elecciones que llevaron al segundo gobierno Prodi. Bruno se pronuncia en esta entrevista por la forma federal del nuevo partido para garantizar el pluralismo y la más amplia participación. Y sabiamente afirma: «Es un itinerario que necesita años de experiencias comunes tanto en el vértice como en la base para ser un factor de influencia entre culturas diversas». Sin embargo, el nacimiento del PD fue, ante todo, el resultado de un acuerdo entre los dos partidos fundadores. Mejor dicho, entre sus dos grupos dirigentes: un acuerdo rápido que no consiguió darle al partido una identidad clara ni reglas verdaderamente compartidas. Tampoco le dio cohesión y solidez al gobierno Prodi.
Pero, ¿qué intentaba decir Trentin al afirmar que «quería morir siendo socialista»?. ¿Qué entendía por socialismo? ¿Qué socialismo tenía en la cabeza? En su última obra, Lo primero es la libertad, publicada en 2005, se encuentra la respuesta. Allí se pregunta «qué queda del socialismo». No se pregunta qué es el socialismo sino qué queda de él, casi remarcando las ruinas y vestigios que ha dejado la experiencia comunista y el socialismo real, que ha atravesado el siglo XX. Y responde: «Cierto, el socialismo no es un modelo cerrado y reconocido al que ir mediante la acción política diaria. Sólo puede concebirse como una búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto realización, introduciendo en la sociedad concreta elementos de socialismo: la igualdad de oportunidades, el welfare de la comunidad, el control de la organización del trabajo, la difusión del conocimiento como instrumento de libertad.. superando las contradicciones y los fallos del capitalismo y de la economía de mercado, haciendo de la persona –y no sólo de las clases— el perno de una convivencia civil» (1). Es, con toda seguridad, una concepción original del socialismo.
Sorprende, ante todo, la visión gradual, de proceso, reformista (si se quiere) de la vía al socialismo. No habla de superación del capitalismo tout court, sino de superación de los «fracasos» y de las «contradicciones» del capitalismo y de la economía de mercado; se diría que remarca, de un lado, su contrariedad a las teorías del hundimiento y la crisis catastrófica del capitalismo y, de otro lado, el proceso reformador que caracteriza la construcción de una nueva sociedad. El socialismo no es un sistema predeterminado, codificado. Es un proceso, un devenir, incluso una «búsqueda». Pero, al mismo tiempo, no es el sol del porvenir; es cosa de ahora, actual, y se edifica inmediatamente –desde la base, desde los fundamentos— a través de los elementos de socialismo, entendidos sobre todo como elementos de conciencia civil y social de masas. Emerge también su antideterminismo económico y social que va a contracorriente de una gran parte de la cultura comunista. El socialismo es elección de libertad y democracia antes que una necesidad.
Por lo demás, hasta finales de los años cincuenta –especialmente tras la invasión soviética de Hungría de 1956, que condenó junto a Di Vittorio y la secretaría de la CGIL— todavía se consideraba (curioso oxímoron) un reformista-revolucionario. Igual que sus amigos Riccardo Lombardi y Antonio Giolitti, de los que estaba políticamente cercano. Su investigación tenía un objetivo central: no enviar a después de la conquista del poder la edificación del nuevo modelo de sociedad, sino encararla ahora. De ahí que Trentin critique continuamente de manera áspera toda estrategia de transición en la cúpula del poder, que acaba siendo una coartada para el transformismo; de aquí también la búsqueda de reformas –las famosas reformas de estructura-- en el cuadro de una programación democrática que esté en condiciones de erradicar las bases del fascismo, siempre peligroso, incidiendo en el poder capitalista e introducir nuevas formas de democracia directa, especialmente la democracia representativa y parlamentaria. En este sentido es esclarecedor el opúsculo de Antonio Giolitti, significativamente titulado Riforme e rivoluzione, publicado en abril de 1957 [Riforme e rivoluzione - Fondazione Italianieuropei, n. del t.] Giolitti, antes de abandonar el PCI informó a Trentin de su decisión en una carta que no hemos encontrado. Bruno le respondió casi desesperadamente –esta carta encuentra en el archivo giolittiano— pidiéndole que se lo repensara, porque faltaría el principal punto de referencia en el interior del PCI de los intentaban reformar el partido. Creo que la Hungría de 1956 es un parteaguas de la concepción giolittiana del socialismo. Y no solamente desde el plano de la libertad y la democracia sino sobre el poder político. Que lo primero fuera la conquista del Estado era para él, de todos modos, un «catalizador» para la liberación de las clases populares.
Los elementos de socialismo
La igualdad de oportunidades es para Bruno el sistema de derechos humanos fundamentales y el modo concreto en que se manifiesta la solidaridad. Los derechos humanos son los vehículos para el ejercicio concreto y efectivo de la libertad. De hecho los llama libertades, en plural. Recuerdo perfectamente su furiosa irritación cuando en el interior del PDS se contrapusieron los derechos y la modernización, porque aquellos eran obstáculos a la modernidad y al cambio. Para Bruno los derechos humanos son el «patrimonio duradero del progreso» […] «las grandes y duraderas conquistas del movimiento obrero en su lucha por la igualdad». Y consideraba los derechos sociales –el trabajo, la seguridad, la salud, la enseñanza …-- no inferiores sino derechos de ciudadanía a la misma altura que los derechos civiles y políticos, porque (repito) son la base de la igualdad de oportunidades y de la igualdad. El segundo lugar, el welfare de la comunidad, que es diferente al welfare estatal tradicional ya que lo determinante de aquel es la participación democrática y solidaria. En tercer lugar, el control de la organización del trabajo, que es uno de sus permanentes caballos de batalla, porque sin libertad en el trabajo no puede haber auto realización de la persona. Y, finalmente, el conocimiento como instrumento de libertad y presupuesto tanto de un trabajo libre como de la participación democrática. Bruno apostaba por el derecho al saber y a la formación permanente a lo largo de toda la vida como la nueva frontera de los derechos y la democracia. El constitucionalista Vittorio Angiolini, hablando de Trentin, dijo agudamente: «El socialismo de Trentin es el ejercicio diario de los derechos y de las libertades para vencer la resistencia de todo poder –incluso el democrático, tanto público como privado-- para perpetuarse y también frente a las propias contradicciones y la vocación de ponerle frenos a la libertad» […] «EI poder heterónomo, en tanto que democrático es un dato imprescindible del vivir socialmente, aunque siempre es visto como imperfecto, incompleto y sujeto a una tensión con la autoafirmación» (2).
En esta reconstrucción del pensamiento de Bruno parece que leemos a Primo Levi cuando en su gran libro I sommersi e i salvati escribe: «El poder es como la droga … de él surge la dependencia y la necesidad de dosis cada vez más fuertes; nace el rechazo de la realidad y el retorno a los sueños infantiles de omnipotencia». Estoy de acuerdo con Vittorio Angiolini, que ha definido la visión «herética» de la democracia de Trentin porque son prevalentes –mejor dicho, dominantes-- la auto tutela individual y colectiva de la libertad y los derechos. Una democracia de base que se manifiesta en primer lugar en la sociedad civil, aunque Bruno nunca puso en discusión las reglas y procedimientos democráticos (el sufragio universal, la separación de poderes, el principio de mayoría, etc.) y el sistema político parlamentario. Pero este sistema es sólido para edificar una sociedad socialista libre si es fuerte y está enraizado en un sistema de auto tutelas en la base, en la sociedad civil, no limitada a los partidos políticos. El antídoto a la toxicidad del poder es su democratización y socialización, y comprende un principio que los comunistas, hasta el colapso de 1989, evitaron afrontar: la aceptación de la alternancia democrática entre derecha e izquierda (y viceversa), incluso tras la conquista del poder político.
El perno de la concepción trentiniana de socialismo es su primera parte de la definición, esto es: la búsqueda ininterrumpida de la liberación de la persona y su capacidad de auto realización. En mi opinión esta es la más innovadora. Ante todo, la concepción de la persona. Para Bruno la persona humana está antes que la clase y toda forma de colectividad, y así debe ser considerada. La persona es el individuo elevado a valor, porque tiene un proyecto de vida y auto afirmación. Es única e indivisible. Incluso por esta razón los derechos fundamentales son indivisibles. En este sentido son evidentes la deuda de Trentin con el personalismo cristiano de Emmanuel Mounier y Jacques Maritain. Y su proximidad a Simone Weil. Pero no se puede ignorar que su padre, Silvio, sitúa la libertad de la persona en primer plano entre los cuatro principios fundamentales del esbozo de Constitución, dictados durante la guerra de Liberación, tanto la francesa como la italiana, junto a la autonomía local y el federalismo con el fin de corregir los peligros del estado monocrático y la economía colectivista. Podía ser útil una investigación sobre el itinerario que recorrió Bruno Trentin para dar una prioridad a la persona en vez de a la clase.
Trentin, obviamente, no niega el concepto de «clase», pero nunca la vio como mera ideología, sino como objeto muy concreto de investigación en su composición y en sus diferencias… En un escrito muy elaborado de 1956 (que hemos encontrado entre sus apuntes juveniles) critica esta visión ideológica en respuesta a un ensayo de Franco Rodano, publicado en Nuovi argomenti. Es significativo lo que Trentin escribe (1977) en la introducción de su libro Da sfruttati a produtorri que representa un poco el balance de sus años al frente de la FIOM y de la FML. «Es difícil substraerse a la sensación que, de manera recurrente, esta concepción de la clase obrera dirigente, como clase de productores … ha sido devaluada y superpuesta a los problemas específicos de la clase obrera italiana. Lo que ha llevado a que, junto a momentos de fecunda coincidencia, se hayan registrado también graves fisuras ante los impulsos reales de la lucha de clase y del movimiento de masas … Y la concepción del papel dirigente y hegemónico de la clase obrera y el proceso de transformación consciente del explotado en productor se presentan referidos únicamente en la acción que los trabajadores pueden desarrollar fuera del centro de trabajo y, por tanto, al margen de su condición específica de explotados (3).
No creo necesario añadir ninguna apostilla: en su referencia crítica al pensamiento de Gramsci volverá con mayor amplitud en La ciudad del trabajo. La primacía de la persona ya está plenamente madura cuando se convierta en secretario general de la CGIL, y repiense el sindicato como sindicato del trabajador-persona, de los derechos, de la solidaridad y del programa-proyecto.