«A POR ELLOS, QUE SON DE REGADÍO» (El acoso a Joaquim Brugué)
Esta consigna no procede el Manifiesto surrealista, es la arenga del general Cabrera, carlistón hasta el colodrillo, antes de asaltar una ciudad que el mílite consideraba liberal. Muchos de los descendientes del Tigre del Maestrazgo están haciendo suyo el carácter de aquel grito. Eso sí, se difunde organizadamente desde las llamadas redes sociales.
La cosa viene a cuento por lo que se explica detalladamente en Quim Brugué y el asunto. En muy resumidas cuentas la cosa es: el profesor Joaquim Brugué, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónomade Barcelona –o sea, un intelectual de regadío-- dimitió de la llamada junta electoral del 9 de Noviembre. Argumenta que «el referendo no ofrece garantías democráticas». A continuación, aparece un pelotón de carlistones en las redes sociales al grito de: «A por Brugué, que es de regadío». Traidor es lo más suave que le eructan.
Se puede discutir que le llevó al profesor a aceptar el nombramiento como miembro de la llamada junta electoral. Por cierto, repartida siguiendo las más criticadas tradiciones de la “lottizzazione” (a cada partido le toca un lote, un cacho de representación). El profesor Brugué puede ser tildado de ingenuo, pero su decisión de abandonar aquello fue honesta; arriesgadamente honesta. Sabía que se formaría un quilombo superlativo en su contra, porque –llevándole la contraria al tango-- el músculo y la imaginación de los carlistones ni duerme, ni descansa.
De esta historia sorprenden dos cosas: una, que algunos se hayan sorprendido por la reacción; y otra, los escasos apoyos que el profesor Brugué ha recibido.
La primera: ¿a qué viene esa sorpresa pazguata? Porque la única diferencia entre la caverna carpetovetónica y la madriguera carlistona es que los primeros se echan al coleto una botella de chinchón seco y los segundos lo hacen con ratafía. Y tridentinamente ambos comparten aquello de extra ecclesiam nulla salus. Que muy libremente podríamos acoplar en «fuera del gargajo no hay salvación».
La segunda: sólo muy honrosas excepciones hay en defensa de la libertad de expresión del profesor. Al menos públicamente. Seguramente, algunos nicodemitas lo habrán hecho con precaución y en la intimidad, mirando por el rabillo del ojo a su alrededor, para no infundir sospechas. Claro, la sombra de Zumalacárregui es alargada. Ya nos lo decían nuestros mayores: «Hijo, no te signifiques». Por mi parte, si alguno de esos nicodemitas me propone que firme un manifiesto por la salvación del ablativo absoluto le diré rotundamente: «Oye, ¡vete al peo!»

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