LA SOMBRA DE LA TRANSICIÓN NO ES TAN ALARGADA: una opinión a contracorriente
(Borrador para amistades)
Tres eran tres las hijas de Elena, y tres son las componentes de la gran crisis que estamos atravesando: la económica, la de Estado y la moral. Tres, son tres y ninguna es buena.
1.-- Estamos ante una crisis económica de gigantescas proporciones. Que se sitúa en el paradigma, radicalmente nuevo, de los procesos de reestructuración de los aparatos productivos y de servicios. Con rasgos de brocha gorda, diremos que el capitalismo industrial ha sido derrotado, no sabemos si definitivamente, y en su lugar se ha instalado el negocio de los mercados financieros en el contexto de la globalización. Durante la posguerra europea, los mercados financieros estaban poco desarrollados y las expectativas se fraguaban a través de negociaciones colectivas: las empresas se comprometían con los sindicatos con el fin de fijar contratos plurianuales de salarios. Al hacer esto, las empresas podían anticipar los ingresos futuros, por tanto las ventas esperadas. Esta forma de mediación social permitía hacer funcionar la economía conectando los salarios con la productividad y ha marcado el gran periodo de crecimiento de la posguerra. El carácter de esta y otras novedades no han sido vistas y, por lo tanto, no han concitado un nuevo y radical planteamiento de los actores políticos y sociales. Diremos sin perifollos que las derechas económicas se han aprovechado de ello, mientras que las izquierdas (la de matriz socialdemócrata y la soi disant alternativa) se han visto bloqueadas: la primera, buscando tesoneramente su propio Bad Godesberg, ha ido dando tumbos por la vida sin ofrecer un proyecto de reformas en el nuevo cuadro de la reestructuración y de la globalización; la segunda, abrazando un maximalismo abstracto sin conexión con los cambios que se iban produciendo.
2.-- Simultáneamente vivimos en una crisis de Estado: que se ha ido deslizando de un aproximado Estado social a un coto de los privados, concretándose en una vuelta atrás en derechos y controles, protecciones sociales y tutelas universales. Estamos, de no remediarse, ante el estrangulamiento del «ciclo largo» de conquistas que van desde la segunda posguerra hasta el inicio de la crisis económica. Al grano: la ruptura de las reglas del juego del pacto welfariano no fueron una consecuencia de las transformaciones económica sino de decisiones políticas, teorizadas ad nauseam por los poderes y sus respectivas franquicias. Que finalmente han hecho del Estado, parafraseando a Tomasso Campanella, en La ciudad del sol, un «depredador público».
Y, tal vez, como en esa tesitura no podía ser de otra manera, la emergencia de lo que pudorosamente se ha dado en llamar crisis territorial del Estado. Se trata de una emergencia que adquiere connotaciones tan grotescas como lo manifestado recientemente por un dirigente de la CUP de Cataluña: «Algo pasa en Cataluña si neoliberales y anticapitalistas estamos de acuerdo».
Es, además, una crisis de los controles democráticos, intencionalmente organizada, para desmochar la (siempre desigual) vigilancia democrática con la idea de fortalecer las prerrogativas de los poderes ejecutivos y de los aparatos de la tecnocracia, que ha establecido una “alianza” para desprestigiar las Humanidades y exaltar, subvirtiendo el libro de Nuccio Ordine, la inutilidad de lo útil. Hasta llegar al lamento de Petrarca: «Pobre y desnuda vas, filosofía / dice la turba atenta al vil negocio».
Así las cosas, se ha acelerado el proceso de termidorización de la democracia.
3.-- Y crisis de moral. Parafraseando a Richard Sennet, podríamos hablar de la «corrosión de la democracia». Lo que recientemente hemos definido como una «almáciga de la corrupción» estaba cantada. No sólo por su extensión sino por la impunidad con que se ha tratado por parte de la política y de los aparatos institucionales de control. Paréntesis: en todo caso, sería injusto no reconocer que no poca cosa está cambiando en ese sentido: el elenco de mandatarios, de políticos de ringorrango encarcelados, imputados e investigados por la Justicia no es cualitativamente irrelevante.
4.-- Hay una opinión muy extendida: afirma que todos los males de esta crisis de civilización son el resultado (o casi) de la Transición española. Tamaña simplicidad ha ido ganando adeptos. De esta manera, exculpan la responsabilidad del neoliberalismo y la de los grupos dirigentes políticos: unos por ser los paniaguados de los capitales volátiles de las finanzas, de los que se puede decir, con el Shylock de Shakespeare, aquello de «¡Ah, qué buen exterior tiene la falsía!»; otros por sus escasas luces.
No, definitivamente: la sombra de la Transición no es tan alargada.
5.-- ¿Hay motivos para el pesimismo? Convengamos que, a pesar de todo, hay motivos para el pesimismo al por menor. Pero no para el de gran tonelaje. Existe un rechazo considerable al «depredador público» y a las organizaciones que lo fomentan; hay una potente ojeriza a quienes políticamente representan que nada se mueva, o que sólo se mueva gattopardescamente una pizca la cosa; y, afortunadamente –con mayor o menor ingenuidad, parece que son muchos los que exclaman que «torres más altas han caído». Porque este chamizo es ya una estantigua: una procesión de fantasmas.

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