EL NACIONAL NEOLIBERALISMO Y EL CONFLICTO SOCIAL

Un dirigente de Convergencia i Unió ha declarado: «¿Derecha, izquierda? En el siglo XXI el conflicto es más entre la élite extractiva madrileña centralista y las clases medias y populares catalanas». Se trata de una frase que merece algunas consideraciones a bote pronto. Sin embargo, antes de meterme en harina digamos que el retórico dirigente se ha olvidado –tal vez a cosica hecha-- de que fuera de Madrid también hay élites extractivas. Digamos que en el País Valencià hay también, para desgracia de sus ciudadanos, esa flora y fauna. Por lo demás, el dirigente retórico se olvida –esta vez intencionadamente-- de ciertos próceres catalanes que han rivalizado con las madrileñas élites en la tarea de mear más largo en eso de la cosa extractiva. Comoquiera que el dirigente de CiU no da nombres madrileños, yo tampoco referiré las dinastías catalanes: noblesse oblige. Así pues, dejemos de lado la toponomástica de las clases extractivas y gritemos que ante Dios todos los extractivos son iguales. No así ante el retórico dirigente nacionalista catalán que nos parece decir: yo estoy en contra de todos los extractivos y a favor de los de mi tierra.
1.-- Las derechas siempre consideraron que el conflicto era una maldición que debía extirparse violentamente. Muy claro lo dejó Lord Mansfield, presidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, que sentenció en el último tercio del siglo XVIII que los sindicatos “son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus miembros lleven a cabo ninguna acción ilegal”. Este el constructo jurídico que recorre el siglo XVIII. Así pues, el sindicato, en tanto que sujeto conflicto, era inherentemente, aunque sus miembros sean unos santurrones, una conspiración criminal.
Mucho llovió hasta que el conflicto social fue reconocido como derecho constitucional, y muchas luchas se desarrollaron. Fue la derrota de Lord Mansfield. Pero quedaba, no obstante, un rescoldo: las derechas no tuvieron más remedio que aceptarlo en clave de fastidio y como si fuera un perifollo del orden jurídico. Entonces, las derechas se empeñaron en una operación de otra naturaleza: había que cooptar al sindicato, al sujeto conflicto, y convertirlo en un paniaguado. También esta operación, por lo general, fracasó. Este nuevo fracaso hizo cambiar la argumentación y la mirada hacia el conflicto. El sindicato fue tildado de antiguo, y al ejercicio del conflicto se le tachó de cosa viejuna. Ni siquiera leyeron las reflexiones de Ralf Dahrendorf, de quien no consta que llevara una pancarta en su vida ni que repartiera octavillas, aunque nos dejó una potente literatura en su libro
El conflicto social moderno, ensayo sobre la política de la libertad (Mondadori, 1993).
Pero los ataques retóricos contra el ejercicio de la huelga se quedaban en eso: en una grita que no impedía su desarrollo y alargamiento. Era necesario, ante este repetido fracaso, cortarle las alas y desarbolarlo a través de disposiciones legislativas dignas de un Lord Mansfield de rostro humano.
2.-- El dirigente retórico nacionalista catalán parece responder a ese rostro humano. No habla de manera irascible; es educado, se diría que es un mosquita muerta. Y como la porra y el correaje lo administrará otro negociado, nuestro hombre quiere impartir doctrina para el siglo XXI, aprovechando que el rio Besós pasa por Sant Adrià. Esto es, para coyunturalmente decirle al sujeto conflicto algo así: «Oiga, no se meta con nuestra política económica y social; la culpa de todo ello la tienen las clases extractivas madrileñas; vengan con nosotros a la Arcadia que les prometemos. Fíjese que hasta un exaltado izquierdista se hecha al hombro, casi besuqueándolo, a Moisés».
Pero no basta todavía con un intento coyuntural. Hay que darle una trayectoria de más largo recorrido. Y el dirigente retórico de la derecha catalana –tijera en mano-- alarga su planteamiento del conflicto para todo el siglo XXI.
¿Puede el el dirigente nacional-neoliberal conseguir sus objetivos? Nadie lo sabe, pero si triunfara, aparecería otro sujeto conflicto.
Apostilla. Disculpen mi malafollá. Es cosa de Graná, una ciudad que está cerca de Santa Fe, capital de la Vega del Genil.

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