Think tank, lobby y nuevos intelectuales
Europa intenta importar el modelo americano donde los representantes de los intereses particulares producen influencia y conocimiento, y financian la política.
La adquisición de poder pasa por el control de los recursos: en una sociedad compleja uno de los recursos por los que se combate y se entra en conflicto es el conocimiento. El conocimiento que sirve a los que deciden en los asuntos públicos para sostener una decisión o bien, para argumentarla, venderla, justificarla; o para intentar crear un consenso sobre la base de datos ciertos e incontrovertibles, sabiendo bien que las decisiones –sobre todo en las democracias maduras-- se toman en condiciones que no son óptimas; en situaciones de emergencia, dictadas por los media y las emociones de una indefinida opinión pública, gracias al impulso declarado o subterráneo de los intereses particulares y a menudo con una falta de las debidas informaciones. Es por este motivo que quienes suministran información y conocimiento pueden convertirse –si saben montárselo bien— en unos formidables powers brokers, en intermediarios de recursos de poder.
Los think yank de hoy son esto: intermediarios del conocimiento que sirve a las clases dirigentes para gobernar y controlar el debate público. Para entenderlos hay que ir a la fuente, o sea: a los Estados Unidos, donde estas organizaciones están consolidadas, son fuertes y utilizadas por las administraciones presidenciales de todos los colores como “servidor” para la asunción de personal de segundo nivel, producir estudios y propuestas de policy.
Los países europeos y el ambiente político de Bruselas (este último es el que más se ha adaptado a reproducir la forma americana del think tank por el peso y la capacidad de organización que tienen los intereses particulares) han probado a imitar aquella experiencia. Pero siempre hay que mirar a los Estados Unidos para entender cómo funciona esta máquina del conocimiento que se sitúa a caballo entre la academia, los grupos de interés, los media y el gobierno.
Los expertos de los grandes think tank (la Brookings, el demócrata Center for the American Progress, los conservadores Heritage e American Entreprises Institute son esa tipología de intelectuales que con mayor aplicación se ha adaptado a los tiempos: se trata de figuras que saben adecuarse a los instrumentos de la comunicación, incluso al twitter y los canales televisivos all-news; son expertos en las conferencias académicas y a plantear un problema de manera sintética; saben tener en consideración los intereses de quienes financian sus investigaciones; saben qué quiere decir cultivar un nestwork de ideas y relaciones. Por ejemplo, tras el 11 de septiembre cuando un grupo del Doctor Stranamore –atrincherados en un pequeño think tank, el Project for The New American Century-- convenció a George W. Bush, que no quería ocuparse de política internacional, a invadir Irak y arrasar Medio Oriente. Lo decían desde muchos años antes.
Ahora no existen proyectos de aquel alcance, pero los think tank son todavía conductores de influencia y conocimiento. Hasta tal punto que hace a penas dos meses el New York Times publicó una investigación excepcional sobre el estado del arte de la relación entre intereses particulares y los think tank (en el campo de la política exterior, pero la dinámica es más o menos la misma para cualquier política pública).
La mescolanza es siempre la misma: acercarse al corazón del poder, acrecentar su propia credibilidad mediante la acreditación científica de estos instrumentos, popularizar en la rulling class de Washington consignas e ideas. Tal como lo ha hecho el templado gobierno de Oslo, a través de una masiva campaña de financiación y esponsorización de algunos de los más importantes think tank de Washington [sic, nota del traductor]. El objetivo es el convencer de la necesidad –con los datos en la mano-- de ampliar la gama de intervenciones de la OTANen el Ártico. Una zona que debería más segura (¿) para el bien de la paz mundial (especialmente hoy, porque Noruega ha puesto en marcha una campaña masiva de perforaciones petrolíferas). Noruega es sólo uno de los 64 gobiernos que ha sostenido los think tank de Washington desde 2011 hasta hoy; son 64 países que han dedicado, en tres años, 92 millones de dólares para estudios, policy y documentos para preparar conferencias y reuniones.
Es un proceso fascinante que sugiere millones de preguntas sobre cómo se forman los contrapoderes del conocimiento: enmascaran el enemigo: América está llena de desenmascaradores a través de blogs y/o aprendiendo a influenciar a las masas y de cómo se crean los managers de las buenas causas y de qué manera son eficaces con relación a sus contrapartes.
Por la traducción, Ginés de Pasamonte (Parapanda)

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