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José Luis López Bulla Cuando George Bush dejó el whisky y sus similitudes con Artur Mas y el ex ministro Wert
José Luis López Bulla



Cuando el segundo George Bush empinaba el codo –Jack Daniels viene, Jack Daniels va— parecía menos descerebrado. Fue dejar la botella y la cosa empezó a ponerse fea. Por supuesto, no vamos a hablar de cosas pasadas que están en la memoria de todos. No obstante, no dejaremos pasar por alto la última de este Bush II, el íntimo amigo del divino Aznar. Dejar el morapio trae consecuencias imprevisibles, especialmente con el paso de los años.


Sepan ustedes que el segundo Bush propone «la tala de árboles para acabar con los incendios forestales». Lo ha recogido ABCque no es sospechoso precisamente de llevarle la contraria a los poderosos, amantes o no del güisqui reparador. En definitiva, no cabe comparación entre el joven Bush, el de ágil codo y gran tragadera, y el que ya se ha consolidado como un abstemio estafermo.


Ahora bien, hay politólogos, que aparentan estar bien informados, partidarios de otra hipótesis: cuando  la mayoría de los dirigentes políticos no tienen escribidores de sus discursos y ocurrencias acostumbran a hacerse el pito un lío. Eso explicaría, por extensión, el lenguaje que utilizan cuando hablan por teléfono. Pongamos que hablo del rudo estilo de los dirigentes de la Operación Púnica, siempre con las partes pudendas a flor de boca tan subido de tono como el de la cantina de legionarios. Es, en todo caso, un léxico cualitativamente diverso del utilizado por el beato Bárcenas donde eran pacíficamente identificables el sujeto, el verbo y el predicado. Y es que este Bárcenas es del plan antiguo, más atento a la retórica y, según sabemos de buena tinta, nunca tuvo escribidores. Pero no nos vayamos por las ramas a que nos llevan estas calores africanas.


El filosofema de Bush tiene antecedentes en España que, a pesar de su fama, no han sido reconocidos como tales por los académicos. Me refiero a la teoría del ministro Wert, ahora en merecida luna de miel: para evitar el fracaso escolar, lo mejor es talar la educación. Y, en general, la de todos aquellos que –empezando por Artur Mas y sus hologramas, así en Barcelona como en Madrid--  decidieron que, para evitar el derroche de los sistemas públicos de protección social,  había que talar a sus usuarios.


Lo cierto es, sin embargo, que entre todos ellos hay sus diferencias: Mas y Wert hablan en metáfora, mientras el rudo Bush lo hace a lengua abierta y sin perifollos. Que hablen en metáfora no es contradictorio con que pongan en ristre las tijeras, motosierras y otros artilugios de parecida guisa. Les une, no obstante, la intención oculta que, todavía no han decidido explicitar: que esa gran tala pase a manos del mundo del parné. Así las cosas, no sería de extrañar que el americano tuviera en la cabeza un gigantesco proyecto urbanístico. 


Desconocemos, en todo caso, qué futuro espera a la propuesta del segundo Bush y qué acogida ha tenido en el programa electoral del candidato de los republicanos a la Casa Blanca. Como no sabemos quién es el santo patrón del contraincendio nos vamos a encomendar a Gluck el gran compositor de ópera, germano-bohemio, que fue agente forestal mucho antes de componer   Orfeo e Euridice - Che farò senza Euridice (1).




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