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José Luis López Bulla Podemos y Syriza: una nota de urgencia
José Luis López Bulla

Javier Aristu, huésped del cabo Ortegal. 


Tiempo habrá de analizar, si es que sabemos, la nueva situación que se ha creado en Grecia tras la dimisión de Alexis Tsipras. Estamos a la espera de nuestras solventes amistades griegas –en concreto, la familia de Paco Rodríguez de Lecea--  para que nos pongan al tanto. De entrada, vamos a tratar superficialmente sobre lo que el infatigable lector irá viendo en este ejercicio de redacción. Pero, así a bote pronto, diremos lo que es más que obvio: la razón más inmediata de la dimisión de Tsipras está en la retirada de un buen número de sus propios parlamentarios, miembros de Syriza, el partido que ganó las últimas elecciones en Grecia. Ustedes dispensen: séanos permitido un necesario rodeo.


Todavía el partido –léanse, los partidos en general--  de la izquierda sigue arrastrando la enorme influencia que dejó el padre de la socialdemocracia europea, Ferdinand Lassalle, a mediados del siglo XIX. Realmente fue Lassalle el auténtico arquitecto del partido, aunque Lenin añadió los conocidos adobos que caracterizaron a los partidos comunistas. No vamos a tratar las diferencias de ambos, ya que son sobradamente conocidas. Pero una cosa es clara: con o sin corrientes internas (en el primer caso estaban reconocidas de facto, no en el segundo que eran taxativa y autoritariamente prohibidas) existía una cierta unidad de acción y unos niveles de lo que se dio en llamar disciplina de partido. El partido, tanto en Lassalle como en Lenin, tenía una cosmovisión que lo llevaba incluso más allá de la política. Ni que decir tiene que los gigantescos cambios de todo tipo han puesto definitivamente en crisis esa concepción de partido y, como no podía ser de otra manera, su propia morfología.


Digamos que esa crisis tuvo como consecuencia la aparición de movimientos sociopolíticos y partidos políticos de los que, en estos tiempos, se ha dado en llamar emergentes. Syriza y Podemos son un ejemplo de ello. Ahora bien, estos partidos de «nueva planta», que han intentado escaparse de la histórica influencia lassalleana y leninista, están más cerca del carácter movimientista que les vió nacer que del partido convencional, para entendernos: el de toda la vida. Aunque, a decir, verdad no han logrado –tal vez no han querido--  desapegarse totalmente, en sus grupos dirigentes, del estilo verticista de Lassalle y Lenin. Así las cosas, entiendo que en Syriza se han cruzado dos elementos: uno, la disidencia política en torno al conflicto de Grecia con la Unión Europea; otro, la mezcla de movimientismos diversos en el interior del partido de Tsipras. Ambos, en todo caso, han dinamitado el gobierno griego.


Podemos y, en general los nuevos partidos emergentes españoles, deben estudiar a fondo lo que le ha sucedido al partido griego. Por supuesto, sería un estropicio de considerables proporciones que la conclusión fuera volver a las raíces lassalleanas y leninistas. No obstante, entiendo necesaria una consideración sobre ciertos aspectos que indican lo que de comistrajo existe en los nuevos partidos, una mezcla irregular de elementos que son como esos retales que no acaban de conformar la confección de un vestido.


Un partido, también los de nueva planta, debe tener los convencionalismos que decidan sus afiliados a través de un debate regido por normas, democráticamente decididas por ellos, que aseguren la unidad de acción política. Se trata, en fin, de disponer de un acervo unitario del mayor común divisor posible que garantice el umbral más potente de acción colectiva unitaria. De aquí podríamos sacar la siguiente moraleja: no confundamos algunas señas de identidad  de los movimientos sociales con lo que debe regir en un partido, también los que –con más o menos propiedad— se definen de nueva planta.



Radio Parapanda. Escribe Joaquín Aparicio: LOS ABOGADOS DEL EURO.  Apropiado para la lucha contra las calores que nos sofocan.



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