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José Luis López Bulla Estimado Francisco, Obispo de Roma
José Luis López Bulla


Llevamos una semana en España donde ciertos políticos de alto coturno han tomado la pluma para dirigirse uno «a los catalanes» y otro «a los españoles». He sabido, no obstante, que nadie ha requerido que se les enviara tal misiva.  Ni qué decir tiene que el tema sobre el que versan tiene su enjundia. Pero, tal como están las cosas en Europa, séame permitido decir que son asuntos de campanario. Más todavía, ni siquiera esta situación europea ha merecido tener encaje en una u otra epístola. Ni una modesta coletilla en ambas cartas sobre el drama de los refugiados. Por favor, no me digan que eso desentonaría o que sería algo forzado. O tal vez porque los autores pensaran que «eso no toca» en esta ocasión o que no entra en las preocupaciones de los catalanes y de los españoles.


Tomo como referencia para este ejercicio de redacción los artículos que han firmado en este mismo blog autores como Joaquim González y Miquel A. Falguera i Baró en  Alemania, ¡qué envidia! y  Yo soy buenista… ¡y a mucha honra!, respectivamente. No hace falta que diga que los suscribo de cabo a rabo. Y a renglón seguido me tomo la osadía de dirigirme sólo a una persona concreta: al Papa Francisco.

 

Usted tiene una enorme información sobre este terrible drama. Permítame que le diga que usted se encuentra, en su condición de jefe de la Iglesia católica, en las mejores condiciones para intervenir directamente en esta situación. A ello le sumo que sus mayores emigraron a Argentina y usted posteriormente lo hizo, ciertamente de otra manera, a la Ciudad del Vaticano. Usted es, pues, hijo de una doble migración.

 

El drama de los refugiados ha impactado a la opinión pública, que se ha movilizado en muchos países europeos, enfrentándose a la inoperancia intencionada de sus gobiernos. Esta movilización se ha concretado en bellos signos de solidaridad con los refugiados y en especial con el planteamiento de tantas ciudades europeas que llamamos «ciudades-refugio», que han obligado a los gobiernos nacionales a abrir un poco –muy poco— la mano.  El presidente español, Rajoy, se encuentra entre esos cicateros.

 

Pues bien, a nuestra edad –a la suya y a la mía--  sabemos que estas pulsiones solidarias tienen sus altibajos. Y que los gobiernos se aprovechan de las fluctuaciones de tales pulsiones para volver a las andadas y pasar de decir digo a donde antes decían Diego. Y comoquiera que el drama viene de muy atrás, aunque ahora se ha ampliado y su gravedad no ha hecho más que empezar, aprovecho que somos de la misma quinta para proponerle lo que viene a continuación.

 

Querido Francisco: usted, que ha planteado que cada parroquia acoja a un grupo de refugiados, encabece una doble iniciativa. Una de carácter institucional con los gobiernos europeos para paliar ahora este drama; otra, de carácter cívico, orientada a conseguir gradualmente una solución duradera al problema. Utilice, pues, su auctoritasy su autoridad en todo el mundo.  

 

Por último, estimado señor, permítame que vuelva a las cosas de mi campanario. ¿Sería mucho pedir a todos los que intervienen en los procesos electorales en curso, así en Cataluña como fuera, para que aprovecharan la ocasión para solidarizarse de verdad –económicamente, políticamente, hospitalariamente--  con los refugiados? No me digan, a mis años, que una cosa nada tiene que ver con la otra. Y si algo prometen cúmplanlo.

 

Así pues, dejen de pugnar quién tiene la epístola más larga y pónganse de verdad manos a la obra.        



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