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José Luis López Bulla La amenaza de los banqueros
José Luis López Bulla



Ya lo han visto y oído en los medios: la junta rectora de la asociación de los banqueros españoles ha declarado que retirará sus entidades que están presentes en Cataluña. Lo que me da motivo para seguir el palique que nos llevamos entre manos a propósito de lo que está sucediendo en Cataluña. Como diría el Magistrado Enrique López “vallamos por partes”, aunque debe y tiene que decirse “vayamos por partes”, si es que preferimos respetar el código de circulación ortográfica.  


No se debe reformar un edificio con materiales averiados porque, a la primera de cambio, se derrumba. Tampoco se debe construir una nueva casa partiendo materiales oxidados. Que, hablando en plata, quiere decir lo siguiente: el Partido Apostólico intenta frenar el proceso catalán sobre la base de amenazas y otros materiales averiados; los independentistas orgánicos responden sacando del viejo arcón del romanticismo –natualmente, puesto al día— toda una serie de argumentos rebozados con tanta manipulación como los primeros. En realidad, a estas alturas, el choque de trenesestá, de un lado, en la amenaza de los primeros y en la manipulación del sentimentalismo de los segundos.


A la amenaza se ha sumado la coordinadora corporativa de los bancos. “Nos vamos de Cataluña si se cruza la raya”, han venido a decir. Es una amenaza que recuerda al papá enfadado que le dice a su tierno bebé aquello de mira que te doy un cachete para dejar las cosas tal como estaban.


Hasta los gauchos de la Patagonia saben que eso no sucederá pase lo que pase en Cataluña. Y si aquellos lejanos habitantes lo saben, usted y yo lo sabemos igualmente. Y tres cuartos de lo mismo saben los altos ejecutivos de la banca. En resumidas cuentas, todos sabemos que ellos saben que sólo se trata de una amenaza estándar del tipo “mira que te doy un cachete”.


Las entidades bancarias no se irán; no dejarán que las ingentes masas dinerarias pasen a manos de las entidades financieras extranjeras que vendrían a este panal de rica miel. De lo que se trata, no obstante, es de un intento de acollonamiento—placebo posiblemente pactado con el Gobierno de Mariano Rajoy, el Empecinado Chico, a cambio de cosas nada espirituales. De ahí que nadie en su sano juicio haya creído que esa amenaza tenga sentido. Por lo que podemos afirmar que quien tenga decidido el voto por las organizaciones independentistas no se va a inmutar y, tal vez, no pocos indecisos reaccionarán como venganza por el amedrantamiento. No pocos dirán: “ahora te vas a enterar, banquero de los cojones”. Este es un país que pasa del seny a la rauxa en menos que canta un gallo.


A las razones profundas (todavía por estudiar desapasionadamente) del trasvase de personas al soberanismo habrá que añadir la testarudez del Gobierno español y sus hologramas en no haber encontrado una solución política a un problema de gran envergadura. No solamente no se ha rectificado sino que se ha ido insistiendo con una serie de amenazas que han ido subiendo su diapasón cada vez más hilarante. Que han culminado con este amedrantamiento de los banqueros. De ahí que con tales materiales averiados es imposible construir algo con sentido. Con lo que este conflicto, de no resolverse, podrá durar hasta el día del Juicio Final.


Estamos, así las cosas, ante el fracaso de la política, que se ha ido construyendo sobre la base del palo de unos y del discurso torticero de otros. En unos casos se ha substituido el (unamuniano) sentimiento trágico de la vida por el esperpento de la vida. Con lo que, con tanta amenaza no serán pocos los que dirán: “Oigan ustedes, si hay que ir al Infierno se va, pero no nos acojonen”.

 

Apostilla. Les aseguro a ustedes que no pienso sacar mis ahorrillos de donde los tengo. Así es que voten con la relativa libertad que le proporcionan los romanos y los cartagineses. Por mi parte, les aseguro que el campanario no entra en mis preferencias de voto. Porque, como diría el recientemente fallecido Riccardo Terzi, “me interesa la izquierda, política y social, sólo en la medida en que propone objetivos universales, de liberación del hombre”. Cosa que presupone la hipótesis de la eficacia de los grandes horizontes y no la certeza de la inutilidad de la pequeña parroquia. 

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