No valoraríamos a Umberto Eco sin…
También este blog llora la muerte de Umberto Eco. De él se han celebrado sus talentos como científico de la lengua, ensayista y novelista. Conviene, además, para no ser intencionadamente incompletos su compromiso social y político profundamente democrático. Así pues, honrando su memoria como corresponde, me interesa en esta ocasión situar una referencia entre su obra y la felicidad que a muchos de nosotros nos ha deparado.
Esa referencia intermedia nos la ha deparado Ricardo Pochtar, el traductor de la mayoría de las obras del maestro italiano. Sin él, los lectores de habla castellana se hubieran quedado in albis. Tengo para mí que Pochtar forma parte de esa cofradía de grandes literatos, los traductores, que nos hacen llegar la bondad de la obra original. Pongamos que hablo –no puedo citarlos a todos-- de personalidades como José María Valverde y su Fausto, que nos hizo llegar a Goethe; a Miquel Dolç que nos hizo amigos de Virgilio; a don Wenceslao Roces y Manuel Sacristán que nos acercaron a Marx y Gramsci; de Julio Cortázar, que nos abrió el alma de la Yourcernar y Poe, y así estaríamos hasta las tantas de la noche. Como hemos dicho, Ricardo Pochtar está en ese elenco de grandes entre los grandes.
Ahora bien, pocas veces se ha hablado de que nuestra amistad con Umberto Eco se debe a la mediación de Pochtar. De la misma manera, entiendo que hemos sido verdaderamente cicateros a la hora de elogiar a esos intermediarios. Los traductores siguen siendo la cofradía invisible, que, en el mejor de los casos, figuran como valets de chambre de los autores. Por eso me pregunto si no ha llegado la hora de que alguien con mando en plaza en la república de las letras abra una lanza poniendo las cosas en su lugar. Porque, a decir verdad, una parte no irrelevante de la cultura de un país se debe esa gente, no suficientemente pagada, valorada y celebrada.

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