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José Luis López Bulla El nuevo regüeldo del ministro Fernández
José Luis López Bulla



El ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, ha asegurado que "llama la atención" que las actuaciones judiciales en materia de corrupción solo afecten al PP en un momento político "delicado" y ha subrayado que no cree por norma general "en la espontaneidad ni en la casualidad" (1). Exigir su cese no es una exigencia desorbitada. Lo dicho: debe ser cesado, tiene que ser censurado ásperamente por el Consejo General del Poder Judicial y reprochado por la sociedad. No hay que esforzarse demasiado para argumentar dicha exigencia, pero es conveniente como pedagogía para propios y extraños. Posiblemente en pocos países del patio de vecinos europeo no haría falta. En nuestro ruedo ibérico es conveniente.


Fernández no sólo está censurando a los magistrados sino que palabreramente está interfiriendo en la Justicia. En realidad les está diciendo “oigan, dejen en paz a mi gente”. Precisamente “a su gente”, de la que cierto dirigente vasco ha dicho «estar hasta los cojones». Vale la pena añadir que este Fernández ha hablado en su condición de ministro y desde la misma covachuela en la que recibió con plena relación mística a su amigo Rodrigo Rato.


El Partido apostólico, como Jano bifronte, mira a un lado y masculla que tienen tolerancia cero con los corruptos. Pero simultáneamente mira también a otro lado y exige a los jueces y cuerpos de seguridad del Estado que paren las investigaciones. Es la exhibición barroca, según Manuel Vázquez Montalbánde «la doble verdad, la doble moral y la doble contabilidad».


Ahora bien, ¿qué puede hacer el Partido Apostólico sino aplicar la doctrina Fernández? Si aplica el dictum de tolerancia cero contra los corruptos se arriesga a quedarse como el gallo de Morón; si no lo hace se incrementará el grosor de quienes, en su interior, están hasta los mismísimos inquilinos del escroto. Conclusión: ir tirando, esperar y barajar.


Reflexión aparentemente colateral: hasta ahora nada se ha dicho de lo que fue una cuestión crucial para la aznaridad y su confusa hechura, Rajoy. A saber, hicieron un proyecto económico de alto ringorrango: el eje Madrid – Valencia – Baleares, cual diseño inteligente, para una pretendida modernización de España. Naturalmente esta aparatosa modernidad tenía otro objetivo: rebañar todo el parné que pudieran, en cuotas negociadas, para el partido y sus principales capataces. De esta forma, fue apareciendo lo que ya otrora relató Dante sobre Florencia: esos nuevos ricos y rápidas ganancias («nova gente e i subiti guadagni»). Una gente que se creyó impune de aquí a la eternidad porque se sabían sostenidos por el Ministro Fernández y sus sacristías. Y que ahora están cayendo como moscas, a pesar de que el tal Fernández clama contra jueces y magistrados, contra la Benemérita y otras fuerzas y cuerpos de seguridad que dependen de su negociado.  Fernández o el alguacil alguacilado.



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