
Ya conocen ustedes los resultados de las elecciones generales en Alemania. Me pregunto si el SPD los conoce. También están ustedes informados del nuevo avance de los neofascistas. Me pregunto si las fuerzas democráticas –alemanas y europeas-- están al tanto del resultado. Decir que por lo uno y por lo otro está uno preocupado es quedarse corto. En puertas de mis primeros ochenta años es para llevarse las manos a la cabeza. De niño viví la posguerra española, de joven conocí las prisiones, participé en las movilizaciones sindicales y políticas durante la Dictadura; finalmente salí a la calle para celebrar la Libertad y la democracia en España. Debo reconocer que nunca –ni siquiera en los peores momentos— imaginé que las fuerzas políticas de izquierda –y concretamente la socialdemocracia-- se fuera reduciendo hasta una poquedad inquietante. Más todavía, que Europa llegara a los actuales extremos. A pesar de todo, sostengo (al igual que Pereira) si optamos por el pesimismo, éste debe ser al por menor, nunca al por mayor.
Digo que ya conocemos los resultados del SPD. Ahora falta que sepan leerlo los socialistas alemanes. Supimos de los resultados españoles del PSOE, pero todavía sus diversos grupos dirigentes (el central, los autonómicos y los locales) rehúyen escarbar en el fondo del fondo de la cuestión.
Naturalmente cada partido socialista de los estados nacionales es, en primera instancia, el primer responsable de su situación, y más en concreto de su particular parábola descendente. Pero hemos de convenir que un hilo grueso recorre la actual biografía de los partidos socialistas europeos. Este hilo podría indicar que la socialdemocracia europea está en puertas de su agotamiento. Un agotamiento que se caracteriza porque ni es capaz de resistir las políticas de las diversas derechas y derechonas europeas, ni por el momento ofrece un proyecto y un trayecto para salir de esta situación tan dramática. Digamos que es una crisis del socialismo tanto política como cultural. Por el momento.
Todavía recuerdo voces de alarma que avisaban a los socialistas europeos, en tiempos de los chicoleos entre Tony Blair y Schöroeder, de que eso de la Tercera vía era pura farfolla. Pongamos que hablo, entre otras voces autorizadas, de Bruno Trentin. Ni caso, es más quienes mostraron su antipatía por esa «homeoptía» --los socialistas franceses y españoles, por ejemplo-- a la primera de cambio, y fracasada dicha vía, se contagiaron de ella. Desapareció formalmente dicha vía, pero quedaron incólumes sus planteamientos. Y hubo quienes, como en el caso italiano, alabaron y practicaron orgullosamente ese contagio. Renzi, por ejemplo, es la expresión de ese contagio y esa loa. No sólo Renzi, también una parte no irrelevante del humus de lo que figuraba como dirigentes e inscritos de alto coturno de su partido que, a grandes zancadas, se iba alejando de una perspectiva reformista, digna de ese nombre.
La dura crisis económica mostró a las claras que la izquierda europea –y dentro de ella a la socialdemocracia-- no era un sujeto político de resistencia, ni de alternativa. Al contrario, se comportaba de manera condescendiente con la situación. Esta parábola descendiente no es, así las cosas, de naturaleza organizativa, sino de proyecto. Y, ayuna de trayecto, se dedicó a dar tumbos por la vida, y –peor aún, como en el caso español-- a gestionar los particularismos de cada bandería contra las demás. Con lo que se simultanearon la crisis de proyecto y la crisis de dirección, coadyuvando a la crisis de la política.
Dos observaciones: Una, quien se alegre desde la autodenominada izquierda alternativa de esta situación, tal vez, tenga la cabeza poco amueblada; otra, nada definitivo está escrito en las estrellas, pues la mayoría de ellas murieron mucho antes de que la socialdemocracia empezara a perder gas. Finalmente, me permito una sugerencia a los grupos dirigentes socialistas europeos: lean pausadamente –nunca en diagonal— un libro de un lúcido militante de ustedes. Se llamó en vida Peter Glotz y publicó en vida un libro importantísimo, que –ni siquiera mereció una traducción al castellano-- Manifesto per una nuova sinistra europea (Feltrinelli, 1985) que, si se pasan por mi casa, les puedo prestar para que hagan fotocopias. No sufran, Glotz no era un exaltado cimarrón, fue secretario ejecutivo del SPD. (Quedo agradecido a Ramon Alós que me lo regaló recién salido del obrador). Ahí, en ese Manifesto, tienen pistas para que la parábola remonte el vuelo. Este es un libro de «texto» muy serio, al contrario que esos libros de Geometría que siguen defendiendo la ortodoxa teoría de que existe la línea recta: el profesor Juan de Dios Calero ya advirtió que la curva es la distancia más corta entre dos puntos.
