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José Luis López Bulla ¿Sabe más Rita de Mariano que Mariano de Rita?
José Luis López Bulla



En el Partido Apostólico hay división de opiniones ante el asunto de la materia oscura de la corrupción.  Los viejos galápagos, con el ardor guerrero del novio de la muerte, gritan aquello de «a mí, la Legión»; las aparentes palomas, todavía con la boca pequeña, muestran sus distancias. Mariano, impasible el ademán, se ubica en un baricentro confuso  que ya no satisface ni a unos ni a otros. Digamos que los galápagos se encuentran sin alternativa para afrontar la situación, los segundos perciben que resistir ya no es suficiente. La cosa empeora a marchas forzadas ante el asunto de Rita –la más grande entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de su bolso Vuitton, amén— y la plana mayor de los apostólicos valencianos. Se trata de una batalla sorda que, de momento, oculta el quehacer global del partido y posiblemente acabe en una mascletá.


Cuando la corrupción apareció visiblemente como estructural, Mariano y sus atalajes tuvieron la oportunidad de abordar el problema. La reacción, sin embargo, fue la recurrencia al sobado «y tú, más» que, aunque parezca una respuesta tosca era, en el fondo, una invitación al acusador al silencio, a no insistir por esa vía. Era la invitación a un pacto para desenchufar los ventiladores de unos y otros. Ahora bien, este pacto no cuajó porque la Justicia y diversos medios de comunicación siguieron cumpliendo con su obligación de comunicar las podredumbres de Anás y Caifás.


En todo caso, el Partido Apostólico dijo, tras las últimas elecciones, haber tomado buena nota de que la corrupción le había dañado más que a nadie. Pero no corrigió su comportamiento. En eso estallaron los dos grandes casos valencianos con Rita –la ya menos grande entre todas las mujeres--  como santo y seña. Tras la implosión de la materia oscura vino la explosión de la energía también oscura. Y Rita, que es cada vez menos Rita, empezó a estar en hablillas, después en coplas y finalmente en el centro de todos los centros del cosmos de la política española.


Los galápagos de los apostólicos salen en obligada defensa de Rita; las aparentes palomas, intentado salvar los muebles de sus futuros liderazgos, arrugan la nariz. Empero, Mariano sigue haciendo mangas y capirotes. Y, cual Sibila, habla enigmáticamente. Ninguna reacción enérgica por su parte, sólo un lenguaje administrativo que no complace a ninguna bandería. Tampoco a Rita, que gradualmente va dejando de ser «la más grande». De manera que cabe preguntarse las razones de la –también en este caso--  ambigüedad del hombre que fue de Pontevedra. Tomen ustedes como hipótesis esta explicación, no improvisada,  que estoy dispuesto a corregir (e incluso, retirar) si se me ofrece otra de mayor convencimiento.


A Mariano le cuesta trabajo admitir que, bajo su liderazgo, han aparecido un gigantesco sistema de corrupción en su cofradía, especialmente bajo la dirección de importantes dirigentes y cargos institucionales. Entre ellos, Rita, que, empequeñecida, sólo tiene cobijo tras los visillos de lo que antaño taparon sus alegres ventanales. Más todavía, tal vez Mariano adopta una actitud cautelosa para que Rita no se convierta en eso que se llama una “arrependida” y cante a la Justicia el afamado pasodoble Suspiros de España,  cuya partitura es del maestro Álvarez Alonso y la letra es de su sobrino Álvarez Cantos. O, quizá, arrepentida o no, pacte con el fiscal explicar lo que sabe de Mariano y de sus atalajes.



¿Qué sabe Rita de Mariano que pueda contrarrestar lo que Mariano sabe de Rita? Sea lo que fuere, es posible que todo acabe en un pacto. Rita se verá obligada a arder en su propia falla, aunque seguirá en su escaño senatorial como mater conscripta, igual que aquel famoso Incitatus, el caballo de Calígula, nacido en Hispania.


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