¿Debe dimitir Rita Maestre?
Homenaje a Montserrat Roig
Estoy en la barra del bar de la esquina con mi cafelito y mi ración de tejeringos que en Madrid llaman porras y en Sevilla calentitos. Son las nueve de esta mañana sabatina. En la televisión sale Rita Maestre y el locutor informa de la sentencia judicial: una multa de más de cuatro mil euros por lo que ustedes saben. Me mira un vejancón con la idea de buscarme las cosquillas. Y, oliendo a cazalla de garrafón, me espeta: «Y esa guarra de Podemos no dimite?». Lo miro caritativamente y, respetando las canas y el bastón de madera, no le hago caso. Insiste el viejales: «Le digo que si no dimite esa guarra».
Durante unos segundos me viene a la cabeza el grito legendario del ¡vivan las caenas! y el no menos célebre – también de secano-- ¡viva el Pae Etenno! La mano alargada de aquellas tinieblas la tengo delante de mí. Es la sombra difusa de aquellos campanarios y aquellas servidumbres voluntarias, recompensadas con cuatro mendrugos secos, un par de sardinas y media botellica de vino peleón. Conozco bien a ese personal: siempre en busca de follón ya sea por la mañana temprano o cuando la tarde languidece y renace la sombra. Ni quitan ni ponen rey, pero ayudan a su señorico.
Vuelve a la carga el vejancón. Me levanto sobre mis puntillas y pongo mi voz en re mayor: «Oiga usted, caballero, ¿Rita Maestre le ha birlado la cartera, se ha quedado con la mierda de pensión que cobra usted, se ha cagado en sus muertos?». Y continúo con otros argumentos fundamentados que harían palidecer de envidia a la crema de la intelectualidad pasada, presente y tal vez de la venidera. Constato que he triunfado porque el anciano se ha puesto más colorado que las amapolas. Y tras quedar claro que no hay que arrugarse ni siquiera ante los de abajo que prefieren cobrar su soldada alabando las caenas y al Pae Etenno le comento al atónito tabernero que no cree lo que está viendo, pues –alma de cántaro como nadie-- es de los pocos que me tiene en un pedestal.
«Verás, le digo, Rita Maestre no está obligada a dimitir. No tiene nada que ver con la corrupción. Ella protestó medio en pelotas o medio vestida, tanto da, porque en la Universidad hay una capilla. Lo que choca abruptamente con eso que se llama Estado aconfesional.
» Me importa dejarlo claro. Hay que estar alerta porque, con la imprescindible lucha contra la corrupción, se pueden colar de matute –intencionadamente, por supuesto-- que cualquier sentencia judicial que sancione en contra de tal o cual persona debe conllevar la dimisión del interfecto. Por ejemplo, si un cargo público protesta en la calle contra un desafuero y es detenido, juzgado y sentenciado debe dimitir. Este es el caso de Rita Maestre, pero podrían ser otros casos que se dieran en el presente y futuro. Las cosas claras. Con lo que una medida estatutaria concebida como lucha contra la corrupción se convertiría, según esa retorcida interpretación, en un anejo a la ley mordaza.
» Este anciano no tiene razón. Rita Maestre ha hecho lo mismo que él. Que el otro día se cagó en la Hostia y, no por ello debe ser juzgado. Con un matiz: cagarse en eso que es considerado sagrado es tan irrelevante como considerar si el aguardiente es más tonificante que la cazalla. Eso sí, sólo me atrevo a recomendar a la concejal de Madrid que ponga los codos en la mesa y lea a Gramsci, especialmente en sus famosos trabajos sobre «la cuestión vaticana». O los ensayos que hace nuestro amigo sardo sobre los católicos».
Y, tras lo dicho, pago la cuenta, cojo mis periódicos y poquito a poco pongo proa a mi casa, que es la de ustedes, a leer lo de siempre. Ni siquiera le digo adiós al vejancón. Una ligera llovizna me refresca las ideas: si yo hubiera estado en la cabeza de la joven Rita Maestre hubiera convocado una manifestación ante el rectorado y con un pliego de 35.000 firmas –mejor cuarenta mil-- le hubiera dicho al Rector: «Rector, ahí tiene usted nuestra opinión sobre el particular». Con copias a las autoridades civiles y eclesiásticas.

Font: