En la muerte de Rita Barberà
La presidenta del Congreso de los diputados, Ana Pastor, nos debe una explicación sobre por qué decidió que se hiciera en la sesión plenaria el minuto de silencio por la muerte de Rita Barberà. Debe explicar, además, qué le motivó a crear un precedente, que objetivamente discrimina a otros –diputados o senadores— que fallecieron estando en el uso de su cargo. El caso más reciente es el de Labordeta, aunque es improbable que el aragonés hubiera estado a gusto con ese homenaje.
La muerte de Barberà ha iniciado un estilo que la vida política española tenía pendiente: el carroñeo fúnebre. De un lado, los más conspicuos dirigentes del Partido Popular almorzaron ayer –unos insinuando, otros afirmando al pie de la letra-- que la muerte de Barberà era una consecuencia del asedio de los medios de información; de otro lado, esos mismos jerarcas (y otros más) arremetieron contra Podemos por su negativa a secundar el silencio y abandonar el hemiciclo. Lo primero es inadmisible, pues lo que busca es un intento de amordazar a los medios en su denuncia de la corrupción. Lo segundo es, sencillamente, una macabra lucha política.
Este blog ha mostrado, en no pocas ocasiones, su antipatía por los desplantes y toreo de salón de Pablo Iglesias el Joven. No lo haremos ahora. La decisión de la presidenta del Congreso, imponiendo el minuto de silencio, era una ruptura de los protocolos del Parlamento, que no quiso aceptar Podemos. Un minuto de silencio que, objetivamente, se convertía en un homenaje a la doble moral y la doble contabilidad. Las cosas claras: el Congreso es una institución política y sus gestos son obviamente políticos. El minuto de silencio en el Parlamento intenta honrar la memoria de Rita Barberà, cuya biografía en determinados aspectos es poco honorable. Háganle ese homenaje sus amigos, no las instituciones. Sobre todo aquellos que están ya aliviados por su desaparición personal y el archivo de la misma.

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