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José Luis López Bulla Asesinatos de periodistas en México. Silencio en España
José Luis López Bulla
El asesinato de la periodista mexicana Miroslava Breach ha precipitado el cierre del periódico Norte de Ciudad Juárez, en el que escribía y opinaba. Llevan en México tres periodistas asesinados en el pasado mes de marzo, que se suman a los 38 periodistas asesinados desde 1992 por narcotraficantes, y a otros cincuenta, igualmente asesinados pero sin que se haya esclarecido aún la autoría. Son datos del Comité para la Protección de Periodistas (CP).


Así están las cosas en México lindo y querido. Lo sabe perfectamente la profesión periodística española, las asociaciones de la prensa y todo el mundo, incluidos los intelectuales de babor y estribor. Sin embargo, un servidor, tal vez no suficientemente informado, no percibe que haya pronunciamientos, ni individuales ni colectivos, que denuncien tamaña tropelía. Silencio. Un silencio que entristece a los periodistas mejicanos y, sobre todo, a los familiares de las víctimas. Tampoco he visto –pido disculpas si estoy equivocado— que los dirigentes políticos españoles hayan dicho algo sobre el particular. Silencio. Silencio también en el Parlamento. Me atrevo a decir que este silencio es algo más que insensibilidad. Es lo que tiene estar agarrotados por la política de campanario. Tampoco parece que en las llamadas redes sociales haya movimientos de información y solidaridad con los periodistas mexicanos. También a sus protagonistas se les va la fuerza por la boca sólo en asuntos aldeanos. En resumidas cuentas, hemos dejado solos a los periodistas mexicanos que, así las cosas, son ahora más frágiles y vulnerables.


Tengo para mí que la ausencia de denuncia y solidaridad tiene un elemento que atraviesa a los colectivos de la profesión en España, los intelectuales, los políticos y las instituciones, en este aspecto que comentamos, a saber: el ensimismamiento en lo nacional. De nuestro particular «nosotros, lo primero», de seguir así, podemos acabar con «nosotros solos».    



Empiezo a sentirme abochornado de todos nosotros. De unos más, de otros menos. Pero abochornado. 

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