La lideresa está triste, ¿qué tendrá la lideresa? «Parlanchina de cosas banales», retrató Rubén Darío a su princesa, que también le viene al pelo a la lideresa. Cómo me gustaría ser un experto en interpretación de gestos y señales. En ausencia de ese conocimiento, sólo me atrevo a indicar lo que intuyo en base a mis aptitudes chusqueras en la materia.
Sus pucheros y una furtiva lágrima pueden ser la expresión de que ha tomado conciencia de que ha sido derrotada. Derrotada por los suyos, naturalmente. Por el alto mando de los suyos, que no le perdonan su altivez y descaro. Derrotada, tal vez definitivamente. Los caciques de su partido la han ajusticiado a ella, también cacique. No por su relación con el mundo oscuro del parné, sino por el afán de competir con los poderes del cacicazgo de Moncloa. Esta es la diferencia con Rita Barberá, que nunca compitió con su señorito. Se limitó a ser la virreina fiel. La Enviada de Mariano en la Tierra. Que en más de una ocasión podría haber dicho: «Mariano, tú mandas en España, y yo en Valencia».
Las lágrimas de la derrota o el gesto de los echaos p´alante. La apariencia de Margaret Thatcher era un trampantojo de pexiglás. Ni siquiera un gesto de orgullo. Sólo pucheros y una furtiva lágrima. Ni siquiera la constatación de que sólo ha sido derrotada por los suyos, no por sus adversarios.
