AN EL X ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE BRUNO TRENTIN
Hace diez años nos dejaba Bruno Trentin, uno de los sindicalistas más fascinantes del siglo pasado. Hoy volvemos a recordarle.
Bruno Trentin nació en Pavie (Francia) en diciembre de 1926. Sus padres, miembros activos de la lucha antifascista, tuvieron que exiliarse. Volvió clandestinamente a Italia un jovencísimo Trentin a incorporarse a la actividad clandestina en 1941, concretamente a una Brigada partisana --de la que posteriormente sería su comandante-- hasta el momento de la liberación. Nuestro hombre formaba parte, en aquellos entonces, de la organización Giustizia e Libertà, un partido antifascista en el que también militaron su padre, el famoso catedrático Silvio Trentin, su amigo y maestro en las vicisitudes sindicales, Vittorio Foa, y el eminente filósofo del derecho Norberto Bobbio: todos ellos grandes personalidades de la vida política y cultural italiana. De todas formas, no estamos ante un caso único, pues uno de los aspectos más particulares del sindicalismo italiano es la vinculación de sus cuadros dirigentes, a cualquier nivel, con el mundo de la cultura y la estrecha relación de la intelectualidad con los problemas del universo del trabajo. Una de las consecuencias de todo ello es la muy abundante literatura de los sindicalistas italianos que va desde testimonios biográficos y memorialísticos hasta estudios sobre los temas del trabajo contemporáneo y, también, las constantes reflexiones sobre los temas laborales que, desde el mundo de la intelligentzia, se publican en periódicos, revistas y libros especializados. Esta es una tradición que viene, hasta donde yo conozco, de los viejos fundadores del sindicalismo a principios del siglo pasado, especialmente con la figura legendaria de Osvaldo Gnocchi-Viani, hombre de cultura y sindicalista afamado. Bruno Trentin, como se ha dicho anteriormente, sigue ese camino y, en su caso, representa la figura del sindicalista intelectual que elabora sus propuestas (las necesarias para el ahora mismo y las que perfilan un proyecto de largo recorrido) partiendo de la realidad concreta.
En 1949, Trentin es llamado por Giuseppe Di Vittorio para trabajar en el centro de Estudios Económicos de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CGIL), cuyo responsable es el ya mencionado Foa. No se olvide que, en ese año, Giuseppe di Vittorio, el máximo dirigente del sindicato, propone el Piano del lavoro (Congreso sindical de Génova) en un país que seguía estando en ruinas, con unos elevados índices de desempleo y un muy considerable atraso en el Mezzogiorno. La propuesta divittoriana, a grandes rasgos, es: un proyecto de desarrollo económico y social para Italia, cuyo objetivo central es el empleo y el crecimiento del Sur, mediante la aportación de una gran masa de capitales públicos y privados y el protagonismo solidario de los trabajadores del Norte. Este proyecto sorprendió a la clase política italiana y desde diversos sectores fue criticada por su “simplismo”, también fue vapuleada por no pocos correligionarios de di Vittorio, Foa y Trentin; en el fondo algunos de ellos se echaron las manos a la cabeza porque consideraban que un sindicato no estaba para eso: un proyecto de tal calibre, afirmaban, era cosa de la política. Pero lo cierto es que el Piano del lavoro dejó una profunda huella indicando algunos de los rasgos más esenciales de la propia CGIL: el sindicalismo no puede delegar en nadie sus propias responsabilidades, ni dimitir de la solidaridad con el Mezzogiorno. Y todavía diría más, ahora de manera un tanto arriesgada: en cierta medida, una parte considerable de la pedagogía del Plan explica los comportamientos renovadores que tuvieron su máxima visibilidad en las movilizaciones del famoso otoño caliente de 1970, que se comentarán más adelante.
Adolfo Pepe uno de los más prestigiosos investigadores de los acontecimientos sindicales italianos, ha señalado que es difícil encontrar un precedente sindical del Piano del lavoro, y apunta la tesis de que tanto Foa como Trentin (los principales científicos que enhebraron el plan) se inspiraron en el New Deal roosveltiano. Diremos, pues, que la entrada de Trentin en la vida sindical fue espectacularmente fecunda. Y para mayor información, su protagonismo en el tan mencionado plan lo hace con sólo veintitrés años. Lo que se dice una joven promesa, que ya indica por dónde irá su biografía. Con toda seguridad el lector, tal vez extrañado, habrá caído en la cuenta del conocimiento pormenorizado del jovencísimo Trentin de la situación norteamericana; pues bien, esta será una constante, también, en la vida y la obra de nuestro autor; en todos sus libros siempre se encontrará una referencia a los sistemas de organización del trabajo en las empresas estadounidenses más representativas; o, por cierto, las reiteradas citas que ofrece de los movimientos sindicales norteamericanos, los Industrial Workers of the World (los muy populares woblies) y de su máximo dirigente, Daniel de Leon: un intelectual venezolano de “buena” familia que, tras estudiar en Europa, marchó a los Estados Unidos y se puso al frente de las reivindicaciones del movimiento de los trabajadores.En 1958 Trentin pasa a ocupar un puesto en el Secretariado nacional del sindicato. Son años duros para el movimiento organizado de los trabajadores; Di Vittorio ha muerto y la división sindical conoce fuertes asperezas y durísimos desencuentros. Y a pesar de que la CGIL sigue siendo, de largo, la primera organización sindical italiana, está afectada todavía por su clamorosa derrota electoral en la primera factoría del país, la Fiat, en 1956: un desastre sin paliativos que puso de manifiesto las debilidades del sindicato a la hora de entender los cambios que se iban dando en los centros de trabajo y en la condición asalariada. Sin ningún género de dudas, de tamaña derrota electoral el joven Trentin saca toda una serie de conclusiones (unas provisionales, otras definitivas) acerca de la necesidad de que el sindicalismo preste toda la atención a las transformaciones que se están operando en la fábrica y en la economía, en las personas y en el conjunto de la sociedad. El atento conocimiento de la “condición de fábrica” y su constante evolución será su leitmotiv. Las novedades que se operan en el sindicato ayudan en esa dirección, y principalmente son: a) el mensaje del último Di Vittorio señalando que, tras la derrota en Fiat, hay que “volver” a la fábrica y b) la entrada en los órganos dirigentes del sindicato de jóvenes valores como Luciano Lama y Bruno Trentin entre otros. Que nuestro hombre fuera elegido para el grupo dirigente del sindicato tuvo una gran importancia, toda vez que tuvo una posición de gran firmeza (sosteniendo a Di Vittorio, ciertamente) contra la posición de Palmiro Togliatti y del partido comunista italiano, que apoyó sin fisuras la intervención soviética en Hungría; y también la ruptura de lo que, en su día se llamó, la correa de transmisión del partido hacia el sindicato, como enérgicamente también formulara el maestro Di Vittorio sin esperar la celebración del congreso del partido comunista. No serán éstas las únicas asperezas que nuestro autor tendrá con sus compañeros de organización política; tiempo tendremos para comentarlas a su debida hora.
Desde 1962 hasta 1977, cuando han cambiado muchas cosas, ejerce los cargos, primero, de secretario general de la Federación metalúrgica (Fiom) y, después, secretario general de la Federación de los transportes marítimos (Film). Tal vez valga la pena explicar estos “saltos” en los puestos de responsabilidad. En el sindicalismo italiano siempre hubo una preocupación orientada a que nadie se encasillara para siempre en el mismo lugar. Por ejemplo, un sindicalista podía estar durante un cierto tiempo dirigiendo una organización territorial y posteriormente ponerse al frente de una estructura sectorial o federativa. Y digo más, una persona podía estar (como fue el caso de Trentin y de muchísimos más) en tareas de la máxima dirección confederal y, al cabo del tiempo, pasar a otra de rango inferior. Es decir, el escalafón era (y es) algo que no se les pasaba por la cabeza. Hoy se está en Roma y pasado mañana en un lugar de provincias donde se necesita la experiencia de alguien que tiene la cabeza bien amueblada. Por ejemplo, mi amigo Roberto Tonini dejó la secretaría general de la Región del Véneto, en la magnífica Venecia (que era su casa) para dirigir el sindicato de la Construcción del Lazio. Las consecuencias de todo ello parecen evidentes: se trata de interferencias a los problemas de burocratización que tienen todas las organizaciones (especialmente las más importantes), una mayor acumulación de experiencias diferentes y una “cosmovisión” sindical más completa. Que más tarde se completará con la formalización estatutaria de las incompatibilidades entre cargos sindicales y políticos e institucionales en la misma persona y en la fijación de un número limitado de mandatos en los órganos dirigentes. Un servidor ha hecho lo que ha podido para que tan seria experiencia pudiera ser compartida por el sindicalismo de aquí. Lo cierto es que me salí con la mía en el asunto de las incompatibilidades y la limitación de mandatos; pero en la quiebra del escalafonato sindical coseché un fracaso estrepitoso: de un lado, los entorchados y galones no son monopolio de los antiguos brigadieres, y, de otro lado, es casi seguro que yo debí expresarme de manera inconveniente.
Trentin deja el secretariado nacional del sindicato y, como se ha dicho, toma en sus manos la dirección de la potente Fiom. Es decir, un hombre de formación intelectual al frente de los trabajadores metalúrgicos de mono azul que, en aquella época, era el movimiento federativo más amplio en Italia y Europa. Ni que decir tiene que la vicisitud más llamativa del mandato de Trentin en la Fiom está en puertas de 1970: es el muy famoso autumno caldo, del otoño caliente que quedó acuñado definitivamente con ese idiolecto. Se trató de la movilización sindical italiana más importante en muchas generaciones de trabajadores. La primera conclusión (provisional, por supuesto) es que el conjunto asalariado había madurado la orientación del “volver a la fábrica” de mediados de los cincuenta. Y la segunda conclusión es que aquello fue posible por la irrupción en el escenario sindical de una generación de jóvenes trabajadores veinteañeros que vivían de otra manera los cambios tecnológicos y los procesos productivos.
Trentin y el grupo dirigente de la Fiom, se supone, han tomado buena nota de los acontecimientos del Mayo francés del 68 y de los resultados que aquello deparó al sindicalismo de sus amistades vecinas. Tengo la impresión (en todo caso, se trata de mi propia interpretación) de que nuestro autor vio que la experiencia francesa se caracterizó, en buena medida, porque la traducción de sus reivindicaciones a sólo mero salario fue absorbida en un breve espacio de tiempo, hasta el punto que las conquistas económicas se quedaron --hablando en plata-- a la Luna de Valencia; en los cuernos de aquella luna estaba la inflación y bajo tierra se situaban los poderes adquisitivos de los trabajadores franceses. Por ahí no se podía ir. Por otra parte, Bruno Trentin debió captar, en un momento determinado, que los sindicatos franceses parecían seguir algo así como el siguiente lema: caminemos divididos y golpeemos unidos, toda una constante que, aunque no es privativa de los franceses, tiene mucho predicamento en demasiadas latitudes. Ese camino tampoco era conveniente. De manera que era preciso darle muchas vueltas a la cabeza, pero no fundamentalmente en los necesarios gabinetes sino con los trabajadores (camachianamente hablando) de mono azul y bata blanca.
Naturalmente, el proyecto que va tomando cuerpo es el resultado de mucha semilla anterior, de no pocas experiencias vividas en los centros de trabajo. Ahora bien, la originalidad de lo que se va gestando radica (visto con los ojos de hoy) en que dicho proyecto es un encaje de bolillos entre la exigencia de los contenidos a negociar y las formas de organización del movimiento sindical. Es decir, las reivindicaciones y las formas organizativas no son dos variables independientes entre sí: no son dos inquilinos que viven en un común patio de vecinos sino la misma familia que habita en la misma casa. Y lo cierto es que tales o cuales reivindicaciones se ven acompañadas por formas unitarias que, incluso, van más allá de las confederaciones sindicales, es decir, lo que bien pronto empezó a conocerse como los consigli di fabbrica. Tamañas discontinuidades empezaron a poner nerviosos a más de uno, más de dos se encolerizaron, y más de tres hablaron de extremismo: todos ellos, según las categorías que estableció Josep Pla, de “amigos, conocidos y saludados” de Bruno Trentin. O sea, una buena parte de los órganos dirigentes del sindicalismo y un cacho no menos influyente de las direcciones de los partidos políticos de la izquierda. Los dos más notables, Agostino Novella y Giorgio Amendola, el primero había sido el máximo dirigente del sindicato hasta 1962, sucediendo a Di Vittorio; el segundo, el león napolitano del marxismo historicista y pieza clave del partido comunista.
¿Nuevos planteamientos reivindicativos? “Bien”, parecían decir los amigos, conocidos y saludados. ¿Reivindicaciones cualitativas? “Vale, vale”, condescendían con algún enfurruñamiento. Pero, ¿qué es eso de la anarquía de los consejos de fábrica? Ni hablar. El problema estaba, lógicamente, en que parece ser muy complicado eso de ponerle puertas al campo, especialmente si la gente del campo no las quiere. Y, paso a paso, el proyecto tomó espesor, configurándose una cultura unitaria que, desde abajo, influyó lo suyo en las estructuras dirigentes. Los renovadores vencieron elegantemente y, por así decirlo, las medallas se repartieron entre los amigos, conocidos y saludados amén de los que siempre creyeron en la renovación.
No es este el lugar más apropiado para explicar (sería verdaderamente pretencioso por mi parte) la naturaleza de aquel proyecto, ni tampoco de los grandes acontecimientos de aquel otoño caliente. El lector tiene sobradas fuentes de consulta para ello y, especialmente, lo que nuestro autor escribe en este libro y en la bibliografía de nuestro hombre que al final se expondrá. Tan sólo diré, con relación a ello, que tales movimientos fueron de gran importancia para las avanzadillas sindicales de nuestro país (todavía en pleno franquismo) y de lo que, posteriormente, fue Solidarnösc en su lucha contra el totalitarismo neostalinista polaco. En nuestro caso --especialmente en el conjunto del sindicalismo catalán-- la influencia y fuente de inspiración pudo tener algunas consecuencias positivas, concretamente en la mayor sensibilidad hacia el imprescindible gran tema de la unidad de acción. Lo cierto es que hasta las relaciones personales entres los dirigentes sindicales catalanes siempre fueron mejores que en otros lugares españoles: una relación que, pasado el tiempo, mantenemos Luis Fuertes, Paco Giménez y un servidor.
Bruno fue una persona muy respetada en el mundillo sindical de nuestros contornos. Hasta tal punto fue así que, a finales de 1976, se celebró en Madrid un encuentro, organizado por Euroforum, sobre las futuras relaciones laborales en España. Allí hablaron dirigentes empresariales, juristas del Derecho laboral y sindicalistas españoles de CC.OO., Ugt y Uso; el único forastero (consensuado por todos los de la familia sindical) fue nuestro autor. Un servidor que, asume la responsabilidad de la presente antología trentiniana, pensó que también podía publicarse su intervención. No importa que estemos hablando de una conferencia de hace treinta años: su actualidad, si se lee con atención, es bien visible, y me atrevería a decir que sigue siendo útil para las prácticas contractuales de nuestros tiempos. Y tres cuartos de lo mismo podría añadir recomendando otros textos de Trentin que se publicaron, con anterioridad a 1976, en la legendaria editorial catalana Nova Terra. Comoquiera que la vida tiene tantas vueltas, es un detalle simpático que en Nova Terra trabajara, sin percibir remuneración alguna como lo hicieron tantos jóvenes sindicalistas cristianos, el joven Hinojosa; hoy, Rafael Hinojosa, con ciertos años más, es el Presidente del Consell de Treball Econòmic i Social de Catalunya, la institución que edita este libro de Bruno Trentin.
Pasada la etapa federativa, Bruno Trentin retorna al máximo órgano de dirección de la CGIL en 1977: está, pues, un poco más allá de la mitad del camino de la vida, como dejó dicho Dante. Lleva consigo un enorme bagaje de experiencias ampliamente contrastadas, y digamos que está en la madurez. Este es, sin embargo, un momento muy delicado para el sindicalismo italiano y, mucho más, para la CGIL. Los comunistas han alcanzado un importante éxito electoral un par de años antes, la situación económica italiana atraviesa una encrucijada dificultosa y los terrorismos de diversos grupos armados (en particular, las Brigadas Rojas) golpean violentamente a diestro y siniestro. Los dirigentes sindicales tienen, por ejemplo, grandes dificultades para hacerse escuchar en foros como los universitarios. Luciano Lama es agredido violentamente en las puertas de la Universidad de Roma y es salvado in extremis por el servicio de orden que ha organizado el sindicato, algunos de aquellos energúmenos están hoy en partidos del arco parlamentario, tan poco recomendables como lo eran los grupúsculos de la porra de antaño. Así pues, fuerte marejada política y grave situación económica que fuerzan al sindicalismo a un comportamiento que ya nada tiene que ver con el de los primeros años de esa década. Es il grande inverno que ha sucedido al otoño caliente. Luciano Lama propone lo que posteriormente se llamó la estrategia del Eur, el lugar donde se celebró un importante encuentro de dirigentes sindicales.
La estrategia de la CGIL --ya digo, conocida como el giro del Eur-- se basó grosso modo en que el sindicato asumía algunos problemas de gran relevancia, como por ejemplo, hacerse cargo de toda una serie de vínculos que venían impuestos por la dura situación económica con la intención de que se creara empleo mediante el despegue económico. Pero, si no voy errado, las limitaciones y debilidades de aquel giro fueron, entre otras, el oscurecimiento del papel y de los objetivos concretos (por ejemplo, las reivindicaciones) del sindicato. Y, por otra parte, aventuro la hipótesis --ciertamente, con la comodidad y el desparpajo de ver las cosas a toro pasado-- de la desconexión entre la estrategia global y la situación en el centro de trabajo. En resumidas cuentas, se proponía un proyecto general capaz de compatibilizar las macro magnitudes económicas sin referencia alguna con los “micro” problemas (los que afectan directamente a las personas de a pie). Visto desde ahora: estaba cantado que el recorrido fuera desde la indiferencia a la no asunción de lo que el sindicato había planteado. Justamente lo contrario del diseño y de las intenciones del Piano del lavoro. Porque el plan divittoriano, con todas sus imprecisiones y generalidades, sí fue capaz (ciertamente, en otro contexto diferente) de provocar un amplio movimiento de masas en exigencia de empleo industrial, reparto de la tierra y modernización de las estructuras del Sur. No digo que consiguiera sus objetivos, afirmo que se puso en marcha una exigencia colectiva por todo ello. O sea, Di Vittorio fue capaz de darle tangibilidad al proyecto, mientras que Luciano Lama, que tantas similitudes tuvo con su maestro, no pudo ofrecer que la palabra se hiciera carne. También en este caso, es mejor que el lector interesado en estos grandes acontecimientos acuda a la abundante literatura trentiniana y saque sus propias conclusiones[2].
En 1988 nuestro hombre es elegido secretario general de la CGIL, sucediendo a Antonio Pizzinato. No me explayaré en esta parte biográfica porque el lector catalán tiene sobrado material para consultar. Pero sí merece la pena resaltar algo de extraordinaria importancia para la vida de la CGIL: en un momento determinado del mandato de Bruno, ya secretario general, propone la disolución de la llamada componente comunista en el seno del sindicato. Como es sabido, en esta organización existían desde los tiempos fundacionales tres corrientes políticas: los comunistas, los socialistas y una tercera que estaba formada por dirigentes sin partido o de organizaciones menores. La verdad sea dicha: más allá de alguna que otra escaramuza interna, nunca hubo peligro de que aquello se rompiera. La exquisitez y bien hacer de todos los dirigentes de la CGIL y el sentido de la unidad construyeron un acervo de común pertenencia a la casa. También en esto el maestro Di Vittorio dejó clara su enseñanza. Y el mismo Trentin fue una persona querida y respetada por todas las componentes de la CGIL. Parece que estoy viendo a Bruno recibiendo de manos de Ottaviano del Turco, socialista, un magnífico regalo como prenda de amistad de todos sus compañeros de partido durante el congreso del sindicato en Rímini: una pipa (más bien, una cachimba) que había sido propiedad del presidente Sandro Pertini. La señora Pertini se la dio a Ottaviano para que se la entregara al primer espada de la CGIL. Desde luego se trataba de una herencia entrañable; y, dicho sea de paso, nadie fumó en pipa con tanta clase como el presidente Pertini.
Lo cierto es que hacía ya muchos años que las diversas componentes políticas, aunque existían formalmente, pintaban poca cosa. Eran algo así como vestigios de las antiguas tradiciones, dado que las decisiones se tomaban sólo y sólamente en la casa sindical. Hasta tal punto era así que, al igual que antaño se enfrentaron Di Vittorio y Togliatti, Lama y Berlinguer, también Trentin tuvo sus contrastes ásperos con Achille Occhetto. En definitiva, la CGIL era un sujeto social plenamente soberano. Pero comoquiera que seguían existiendo las componentes, nuestro hombre propone (y consigue) la desaparición de la corriente comunista en el interior del sindicato, dejando en evidencia a los responsables de las otras componentes. La operación trentiniana fue más allá del puro formalismo de enterrar lo que había muerto muchos años atrás. Fue una inequívoca señal que indicaba un mensaje al futuro: al sindicato le legitiman los trabajadores con sus comportamientos, y no alguien que está fuera de la casa. El razonamiento venía a ser, si yo lo interpreto adecuadamente, éste: quienes se afilian a la casa sindical lo hacen en virtud de un nexo social y no a través de un vínculo político partidario; el pluralismo ya no es de naturaleza ideológica sino social y cultural. Ni que decir tiene que este planteamiento se venía proponiendo desde hacía algunas décadas, pero la existencia de las componentes lo oscurecía formalmente. Así pues, dicho y hecho: nadie lloró en dicho entierro y la casa se quitó un (veterano) muerto de encima.
En 1994 Bruno Trentin deja la más alta responsabilidad en la CGIL y da paso a Sergio Cofferati. Nuestro hombre, posteriormente, aceptará el encargo de formar parte de la lista de sus amigos, conocidos y saludados para las elecciones europeas.

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