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José Luis López Bulla ALAN SOKAL Y LA DEFORMA LABORAL
José Luis López Bulla

[Francesc Casares, abogado laboralista, noble padre de la izquierda]


Mi maestro Ángel Abad, padre fundador de Comisiones Obreras, me regaló hace días un libro que he leído con detenimiento. Se trata de “Más allá de las imposturas intelectuales. Ciencia, filosofía y cultura”; su autor es Alan Sokal. Mientras iba leyendo fue cayendo en la cuenta del posible interés de Ángel en que yo sacara conclusiones para las cosas de hoy. Mira por dónde me ha hecho caer en la cuenta de no pocas cosas que están sucediendo en los últimos tiempos en torno a la desforestación de los derechos laborales y el conjunto de contrarreformas que se intentan poner en marcha por parte de los gobiernos del más variada zoología, vale decir, de la sistemática indistinción entre dirigentes políticos de babor y estribor. Por supuesto, las derechas hacen la faena que siempre les caracterizó. Pero, ¿qué pasa con los que lucieron el palmito de la izquierda? ¿Por qué éstos se deslizan, tal vez definitivamente, hacia un paradigma político que poco tiene que ver con su historia y, menos todavía, con la renovación útil? Me permito volver a Alan Sokal.


Nuestro autor es una de las voces más destacas de ese debate, que viene desde los tiempos de
María Castaña, sobre el estatuto de conocimiento. La crítica postmoderna de la ciencia sostiene que los hechos y la evidencia son meras construcciones sociales, artificios académicos. Esto le viene como anillo al dedo a las derechas porque, de tal guisa, se enmascara la razón más potente: las intenciones del poder económico. Y, a la vez, dicha teoría suministra munición para que no pocos políticos de izquierdas –y sus cien escribas sentados— se disfracen de realistas para no infundir sospechas. Así pues, la construcción social –es decir, la ideación o, si se prefiere, la empanada mental construida interesadamente —de la economía se basa en que cuadren los números abstractamente, no en función de las necesidades, nuevas y viejas, del personal. Por supuesto, del personal que puede ser (y es) controlable.


Estamos, pues, no sólo ante un despilfarro de la historia de la izquierda (aunque a lo largo de ella no todo el monte ha sido orégano) y, sobre todo, ante una hipoteca del futuro. Eso sí, la exhibición que hacen de la modernidad de estos rigodones y otros bailes del siglo XVIII acapara todos los altavoces mediáticos habidos y por haber. Por lo demás, quedo agradecido a Ángel Abad; su documentado punto de vista sigue siendo un filón para las cosas de hoy. Dicho lo cual, sólo me queda un cierto aire de perplejidad: dos grandes juristas del Derecho del Trabajo --Gino Giugni y nuestro Francesc Casares, nobles padres del socialismo-- arrojados a la cesta de los papeles por algunos de alto coturno y algunos chusqueros.









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