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José Luis López Bulla YA SUENAN LOS CLAROS CLARINES
José Luis López Bulla


Prescripciones de boticario



Una de las diferencias entre esta huelga general convocada y las anteriores –especialmente la más famosa de diciembre de 1988— es que se anuncia en un contexto de dura crisis económica, la más severa desde 1930. Lo que se recuerda para que se saquen las consecuencias más pertinentes para la necesaria explicación colectiva. Por otra parte, no parece irrelevante recordar que ya no estamos en las mismas condiciones que antaño a la hora de preparar la movilización social. En aquellos tiempos de ayer la fábrica-- y más en general, el centro de trabajo— era un lugar ecuménico, con unos horarios de trabajo generalmente homogéneos y con una densidad de “población” considerable por metro cuadrado. Hoy ha cambiado radicalmente ese escenario. Preparar la huelga con la misma mentalidad de aquellos entonces no sería lo adecuado. Me refiero a la necesidad de tener en cuenta los enormes cambios que se han dado desde las últimas convocatorias de huelga general. Ahora bien, me pregunto por qué me meto yo en estas consideraciones si estas cosas son suficientemente conocidas por mis cofrades. Por si las moscas.


Otro elemento a tener en consideración: el malestar difuso que existe en la gente, tal vez sea condición necesaria pero no es suficiente para garantizar una acción colectiva a la altura de la agresión de esta contrarreforma laboral. De manera que los avezados sindicalistas también deberían manejar que una cosa es un generalizado estado de malestar y otra, bien distinta, pasar a la consciencia real de participar en la convocatoria. Ejemplos pasados y recientes nos lo enseñan. Lo contrario también es verdad: no pocos de los que más gritan están dispuestos a hacer aquello que incitan a los demás; son los que, en la acepción más bondadosa, están a la espera de que venga el piquete para tener una coartada para ir a la huelga.


Alguien con, por cierto, alguna experiencia ha dicho que “en tiempos duros, militancia pura y dura”. No lo ha manifestado un postmoderno. Sea, pues: militancia pura y dura. Lo que, en este caso, quiere decir la palabra organizada, la voz que argumenta en todos los escenarios del mundo del trabajo.


Quisiera añadir algo especialmente delicado. Los dirigentes sindicales a todos los niveles deben consolidar su tradicional conducta de no criticar ideológicamente al Gobierno y al partido que le da soporte. Una cosa es la crítica severísima en clave política –digamos laica en el sentido que Palmiro Togliatti daba a la expresión— y otra, bien distinta y contraproducente, meterse en veredas ideológicas. Eso, además de inútil, ofende la sensibilidad de una buena parte de la militancia y simpatía por el PSOE que, teniendo sobrados motivos para participar en la movilización, podría retraerse. La argumentación en aras del conflicto no puede provocar desazón entre la fidelidad a su partido y la necesidad de intervenir en la huelga por parte de esos (muchos) militantes y simpatizantes socialistas. En resumidas cuentas, críticas (y ásperas) las que sean menester, pero con la cabeza bien amueblada. ¿Filisteísmo? No, padre. Es otra expresión de la independencia y autonomía del sindicalismo –también en el ejercicio del conflicto social— con relación a las contingencias políticas.






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