UN SOFISTICADO TROGLODITA

Uno de estos días he tenido la oportunidad de conversar largo y tendido con una personalidad de la derecha catalana. Es un caballero que ha ejercido altas responsabilidades en la vida económica española. Nuestra conversación ha transcurrido con ese sentido desparpajado de dos jubilados que saben que el río Guadalquivir pasa por Coria, pasa por Coria, Coria del Río. Y, así las cosas, no vale la pena ir con remilgos. Comoquiera que puede ser de cierta utilidad, transcribo nuestro palique lo más aproximadamente posible.
Un servidor. Desde luego no me puedes negar que, cuando Toxo, recién elegido secretario general de Comisiones, planteó la necesidad de un pacto contra la crisis no estaba atinado. Nadie le hizo caso desde las altas instancias y desde la acera de enfrente dejaron pasar y pudrir el tiempo.
Mi interlocutor. Depende. En todo caso, aquella idea no convenía. Te diré por qué. Todavía, cuando Toxo planteó el pacto, estábamos en unos momentos de cierto pánico al temporal que nos caía. Fueron momentos en que se dijeron cosas que parecían impugnar algunos rasgos del sistema capitalista. Sarkozy habló de “refundar el capitalismo”, ese badulaque del presidente de la CEOE soltó irreflexivamente que “había que hacer una pausa en la economía de mercado”, voces de alto fuste tronaron por la exigencia de controles y toda la pesca… Yo mismo fui testigo de unas conversaciones que indicaban no digo pánico sino una extremada preocupación por la marcha de las cosas… Para mayor nerviosismo, Obama expresó que había que poner orden en el sistema financiero… Comprenderás que, en esas condiciones, a algunos no nos interesara que se pactara con los sindicatos.
Un servidor. Aivá.
Mi interlocutor. Lo sabes muy bien, José Luís. En aquel momento las cosas os eran propicias. Me refiero a la simpatía por las propuestas que hubierais puesto encima de la mesa. De hecho, con lo que atropelladamente dijeron algunos de los “nuestros” estaba cantado que habríais sacado una tajada no irrelevante en poderes y controles. Optamos, pues, por “paciencia y barajar”. Mientras tanto, fuimos despotenciando las lenguas que reclamaban cambios porque se corría el peligro de no controlar ciertos discursos antiliberales. Y, como puedes imaginarte, movimos nuestros hilos para que nadie aceptara entrar en el trapo del pacto contra la crisis.
Tú sabes perfectamente que yo también he leído a Giorgio Amendola. Por cierto, te agradezco que me lo presentaras en Ljbljana. De hecho el primero que me habló de este caballero fue mi hijo, que militaba contigo en el PSUC, para demostrarme que los comunistas no érais tan energúmenos como algunos decían. Pues bien, acuérdate que en aquella tertulia, Améndola insistía en que, en momentos de crisis, el movimiento obrero y los sindicatos deben moderar sus reivindicaciones, acentuado la exigencia de poderes y controles. Lúcido para vuestros intereses, pero fatal para los nuestros. Porque, cuando se sale de la crisis, vosotros tendriais más palancas que antes de la tormenta. Como comprenderás, no vamos a ser nosotros quienes tiremos piedras a nuestro tejado; en todo caso al vuestro, que es de uralita.
Un servidor. Pero, entonces, ¿y la gente, y el país?
Mi interlocutor. No, no. Yo no hablo de la gente, ni siquiera del país. Yo hablo del sistema que está por encima de la gente y del país. Y en ese sistema nos interesa que vosotros, los sindicatos, seáis algo, pero no demasiado. Por lo tanto, ¿a qué pactar?
Un servidor. Hablas como un troglodita educado. Como aquellos colegas tuyos de antaño.
Mi interlocutor. En absoluto. Aquellos colegas no os querían ni en pintura. Sin ir más lejos, mi abuelo. Te lo repito, queremos que seáis algo, pero no más que algo. Mira, para entendernos: en esta nueva fase de la economía no os daremos las facilidades que tuvisteis en 1901 cuando la sentencia de la Taff Vale, en Inglaterra.
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