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José Luis López Bulla DI VITTORIO CONTRA LA INVASIÓN SOVIÉTICA EN HUNGRÍA (1956)
José Luis López Bulla




Aprovechamos la efemérides de Di Vittorio para hacer un sencillo homenaje a su figura. El autor del presente trabajo es Bruno Trentin, su alumno predilecto. Que glosa la posición del sindicalista frente (y contra) Palmiro Toglitatti cuando la invasión soviética en Hungría en 1957. La traducción es cosa de la Escuela de Traductores de Parapanda.





No es la primera vez que me toca evocar la figura de Giuseppe Di Vittorio y su papel en 1956, un año que representa una encrucijada en la historia del movimiento obrero internacional. Pero hablar hoy, de manera no ritual ni meramente conmemorativa, significa para mí reabrir una reflexión crítica a campo abierto sobre la situación del Partido Comunista Italiano y la izquierda italiana en la posguerra.


En esta ocasión me limito sólo a señalar esta exigencia que vengo planteando desde hace mucho tiempo. Pues no creo irme por la tangente si me pregunto hasta qué punto la izquierda italiana haya metabolizado realmente la crisis de una vieja cultura política y de sus frutos más envenenados. Que son: su fatal subalternidad corporativa a las luchas sociales, la primacía del partido y la imposibilidad del sindicato para expresarse como sujeto político.


La pregunta está justificada si echamos un vistazo a los atormentados acontecimientos de los últimos quince años. Pienso en la sobrecarga de disputas abstractas que han estresado la discusión sobre la forma y el nombre del partido: del trabajo o socialista, reformista o democrático. Y en las dificultades que hemos encontrado para construir un nuevo sujeto unitario con la idea de contribuir a la definición de una formación federalista de las fuerzas progresistas en Italia y Europa. Pienso en cómo hemos vivido lo que llamo la “fatiga del proyecto”, visto frecuentemente como una especie de “carga impropia” y pesada sobre una política identificada con la primacía de los partidos y el arte de gobernar.


A decir verdad, nadie niega la necesidad del proyecto. Son sus eventuales objetivos vinculantes lo que fastidia a los que conciben la “autonomía de la política” como la prerrogativa exclusiva de una clase dirigente que decide pragmáticamente sobre la base de los humores dominantes de la sociedad civil. Pienso, claro está, en el embarazo que persiste en las comparaciones con un pasado que no se quería remover ni cancelar. Sino revisitado y superado laicamente, al menos antes de dedicarse con frenesí a los cambios de nombre. Y antes de que se aflojaran los ligámenes con aquel mundo del trabajo subordinado que siempre fue la razón de ser fundamental de cualquier fuerza de izquierda. Un mundo en incesante y radical transformación, ciertamente, pero no en la dirección de explotar como lo hizo el comunismo soviético.


Esta es la razón que hoy me lleva a recordar a Di Vittorio. Porque con su concepción de la autonomía del sindicato –del sindicato como sujeto político-- supo indicar una perspectiva reformadora donde estaban unidas la propuesta y la iniciativa de masas con un nexo inseparable; un nexo capaz de examinar la validez y la coherencia de cada iniciativa política en un proceso democrático que evita las insidias del transformismo, del liderismo y del consenso pasivo con “los jefes”. La autocrítica que siguió a la derrota de la FIOM en la Fiat, en 1955, es un testimonio límpido.


“Aunque el patrón tenga el 99 por ciento de la culpa, existe un 1 por ciento que nos interpela, y sobre eso quiero trabajar”, dijo di Vittorio a la Ejecutiva de la Cgil. Y aquel 1 por ciento no era poca cosa. Se trataba de reapropiarse de los problemas de la condición obrera, incluso mediante nuevas formas de democracia y representación sindical.



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BRUNO TRENTIN

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