
Es una idea generalmente aceptada que vivimos los tiempos políticos más broncos de nuestra historia. El tipo de relaciones entre los dos partidos mayoritarios españoles ayuda poderosamente a consolidar dicha idea. Y sin embargo, la cosa no es exactamente así. Hubo tiempos todavía más cimarrones. Es sabido que, por ejemplo, políticos tan conspicuos como Mendizábal y Rivero hasta Becerra y Romanones se vieron obligados lo que, en aquellos tiempos, se llamaba pomposamente “lances de honor”, que se ventilaban a tiro limpio o a espada. Un hábito que se extendía al periodismo como lo demuestran los percances que tuvieron con sus oponentes personalidades como Espronceda, Alarcón y el mismísimo Leopoldo Alas “Clarín”.
Menos sabido es que también no pocas reyertas políticas en el seno del movimiento obrero se ventilaron con lances de honor. Como muestra un botón: lean El proletariado militante, de Anselmo Lorenzo. Más todavía, hasta san Pablo Iglesias tuvo sus problemillas: en cierta ocasión escribió en el periódico “El socialista”, que el anarquista Ernesto Álvarez era “un canalla”. Comoquiera que Álvarez era un tanto tiquismiquis le envío los padrinos a Iglesias, quien desparpajadamente afirmó que: “no había pretendido menoscabar en su dignidad y honor a Álvarez”. Y la cosa quedó, tras la mentada aclaración, en un pelillos a la mar.
Sépase que en el Congreso del PSOE de 1902, celebrado en Gijón, los socialistas prohibieron a sus correligionarios los llamados “lances de honor”.
Pero, una vez escrito lo de arriba, no creáis que me olvido de la fecha del 29 de setiembre. Ese día hará 40 años que salí de la Cárcel de Soria; ese día tenemos huelga general.
