
El sindicalismo confederal no ha denunciado a quienes, a sabiendas y queriendas, organizaron el día de la huelga general una serie de altercados en Barcelona que, ni directa ni indirectamente, tienen nada que ver ni con las reivindicaciones de los sindicatos ni con la movilización propiamente dicha.
Lo diré sin pelos en la lengua: esa partida de noctívagos no son compañeros equivocados. Son gentes que desprecian el sindicalismo, calificado como reformista, el viejo anatema de antañazo. Son una partida gótica que presume de carbonarios frente a la acción colectiva de las masas en movimiento. Pero no sólo hay actitudes despreciativas, hay ataque concreto: cada vez que hay una gran movilización, surgen de las tinieblas para reventar el gran gesto. Un gran gesto que no debe destacar por la pedagogía que encierra; lo que debe destacarse es la fogata del contenedor de la basura y la cara con antifaz ocultando la piedra en la mano. Lo que debe quedar, según esos esquemas, que vienen –como sus derrotas-- de tiempos añejos es el redentorismo de esa pretendida vanguardia reducida: el grupo de los “pocos pelos y bien peinaos”.
Como la sancta simplicitas está muy repartida, todavía hay gente que opina que son buena gente, un poco exaltados, esto es, compañeros que se equivocan. ¿Habrá que recordar que el turbio historial del hombre que fue jueves? Por cierto, recuerdo a un anti sistema en mis años mozos: nos decía de todo, reformistas, revisionistas, vendeobreros … Hoy, luciendo pelo canoso y barba blanca, barrigón abultado y papada reluciente, es alto dirigente de la derecha nacionalista catalana y, desde tiempo hace, luce su palmito por las bancadas del Parlament de Catalunya. Un curioso diputado que dejó la rosa de fuego por el caviar beluga. Ni antes creía en los sindicatos (por reformistas), ni ahora tampoco (por lo que sea).
