
A estas alturas quienes no nos hemos caído de un guindo estamos en aproximadas condiciones para decir algunas cosas sobre eso que –gelatinosa y eufemísticamente-- se llaman “los mercados”. Por cierto, antes de meterme en harina, me gustaría saber cuándo se jodió el Perú, Zavalita; perdón, quiero decir que cuándo se jodió el nombre de las cosas… Por ejemplo, sólo por interés chismoso quisiera saber en qué momento los capitales especulativos dejaron de llamarse así y querer ser designados como “mercados”. Perdón por el breve meandro: eso me recuerda a un tipo de Parapanda, llamado por sus convecinos con el nombre de Braguetamierda. Con el paso del tiempo, mutatis mutandi (esto es, cuando el tal empezó a acaparar en tiempos del estraperlo) de manera misteriosa empezó a ser llamado don Fernando, más exactamente don Fennando.
Perdón, ¿por dónde íbamos?: con estas vueltas y revueltas se me va el santo al cielo. Ahora caigo: por “los mercados”.
Las novedades de hoy en día son (algunas de ellas, ciertamente) que las políticas agresivas contra las clases populares ya no se deciden, como en tiempos de Reagan y Thatcher, en los chambaos institucionales sino en el corazón de las tinieblas. Desde ese (aparente) no-lugar se produce un epifenómeno que complica las cosas enormemente. En esas condiciones la política se convierte en un sujeto ancilar de Braguetamierda o, por mejor decir, de don Fennando.
Esos capitales especulativos han dejado de ser movimientos espasmódicos y se han convertido en potentes retortijones fisiológicos. O sea, todo eso no es contingente sino inmanente. Por lo demás, además de suplantar enormes cachos de las tradicionales decisiones político-administrativas, ahora se lanzan a repartir órdenes expresamente directas a la política: recorten ustedes el gasto social y, concretamente, aquí, aquí y aquí. Los fámulos, cariacontecidos o no, se bajan los calzones y, en decúbito supino o prono, acuden a la llamada a filas.
Quienes no nos hemos caído de un guindo observamos que Braguetamierda no ataca indiscriminadamente sino a los eslabones más débiles de la cadena. De donde podría sospecharse maliciosamente que existe un pacto no explícito entre don Fennando y los (todavía) grandes.
Por último, parece claro el interés de los capitales especulativos: conseguir que parezca inevitable el traslado de la gran masa financiera que gestionan los servicios públicos hacia el mundo del business, es decir, a los bolsillos particulares de Braguetamierda. Que yo es de de Parapanda sino global: don Fennando Global. Y por añadidura, además de la mordida, se eliminarían los instrumentos democráticos de control y transparencia.
Me callo, pero antes me gustaría saber –sólo por chafardería-- dónde está, qué hace don George Soros. No digo que esté bajo palio sino simplemente a qué se dedica. Lo que queda exigido, hoy 15 de diciembre, cuando el maestro Niemeyer cumple sus primeros ciento tres años.