RICARDO MARTINEZ MARIN Y EL MEMORIAL DEMOCRATICO

Escribe: Carlos Martínez
Ricardo Martínez Villa es un hombre de 80 años. Diría un anciano, pero ese término no pega con mi padre, al que hace poco le han salido canas, compra sus viajes del Inserso por internet y chatea con mi hija. Ricardo Martínez Villa es mi padre, Ricardo Martinez Marín era mi abuelo, del que no puedo decir nada porque nada apenas sé que era joyero, que fue de la CNT, que murió en enero del 39, en Fuenteovejuna –Córdoba- en una absurda ofensiva militar (perdón por la redundancia). Poco más, por si se lían con estos dos Ricardos, les ayudaré: Ricardo Martínez Marín es el joven en blanco y negro de la fotografía de estudio, de allá por los treinta. Ricardo Martínez Villa es el del bigote, como ven es contradictorio, el más viejo el hijo y el más joven el padre. La foto a mi padre se la hecho yo, la de mi abuelo no la pudo hacer su hijo, cuando le dijeron que su padre estaba en algún sitio indeterminado de Fuenteovejuna, pero que con toda certeza muerto, ni tenía edad para hacer fotos, ni tenía dinero para poder comprar una cámara; tampoco cuando tuvo que empezar a trabajar en una farmacia con 12 años en la que se jubiló con 64, en la misma farmacia de la madrileña plaza de Tirso de Molina, luego le regalamos una cámara de video.
Leo con estupor el cierre de Memorial Democrático. Y ustedes se preguntarán que tienen que ver los dos Ricardos y este Carlos, de Madrid, con el Memorial Democrático, y yo se lo explicaré, si les interesa.
Yo viví siempre intrigado por la foto de mi abuelo, su ausencia, el silencio que envolvía su figura. Ya mayor, mayor que mi abuelo Ricardo, ya con dos hijas pequeñas, como él cuando a él le hicieron faltar a su familia, decidí investigar: nada más difícil sin el interés de mi padre por ello-silencio protector- y si además la absurda ofensiva de Extremadura, descabellado intento de romper las líneas de los sublevados con un ejército formado por formado por hombres recién reclutados, a cinco minutos del final de la contienda, enero de 1939, apenas ha sido estudiada por historiadores. Nada, ni en las webs de las asociaciones de Memoria Históricas, ni en el silencio obsceno de un ayuntamiento de tan resonancias tan literarias. Por cierto, que pese a esto, mancos para escribir contestando a mis peticiones de información.
Entremedias la Ley de Memoria Histórica, y la amabilidad extrema del funcionario del Ministerio de Justicia de la madrileña Plaza de Benavente me permitió conseguirle a mi padre un certificado de REPARACIÓN Y RECONOCIMIENTO PERSONAL , manuscrito del ministro, como Víctima de la Represión.
No es mucho, no obstante ese papel, le supuso a Ricardo hijo, mi padre, una especial emoción.
Cual no sería mi sorpresa al venir mi padre a casa con un sobre de la Generalitat de Catalunya, que una vez abierto contenía toda la documentación de la búsqueda de Ricardo Martínez Marín, mi abuelo, en todos los registros civiles y militares posibles, para después de un concienzudo exámenes concluir, que sí, que su cuerpo debe estar en las fosas comunes del cementerio municipal de Fuentevejuna, donde un 22 de enero de 1939 había sido muerto a balloneta calada. Un informe firmado por MARIA JESÚS BONO LAHOZ a la que nombro para que agradezca a toda la gente el trabajo, profesional y sensible, que hicieron.
-PAPÁ:¿ Cómo has conseguido esto?
-Metí los datos en una web que se llama http://www20.gencat.cat/portal/site/memorialdemocratic
Hoy dicen mis amig@s de Barcelona que esa derecha tan europea y tan civilizada, que tanto añoramos desde el Madrid de la Esperanza, va a suprimirlo.
http://www.elpais.com/articulo/cataluna/cierre/politico/Memorial/Democratico/elpepiespcat/20110314elpcat_6/Tes
Como pueden ver es una oficina inútil.
Por cierto un 22 de enero de 2001 nacía mi primera hija, Marina, a la que todavía no le he explicado por qué yo no conocí a mi abuelo Ricardo, si ella sí va a su escuela de música con su abuelo Ricardo.
Y a mi padre le he prometido que pasaremos por Fuenteovejuna, él y yo, solos, cerca del cementerio, por dentro o por fuera, no para desenterrar los huesos del otro Ricardo, el joyero, si no para que la verdad jurídica pueda valer de un mínimo consuelo en una primavera del siglo XXI. En cuanto se aclare la primavera.

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