José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, es un personaje singular: estando en capilla de las elecciones autonómicas y municipales cesa fulminantemente a Pizarro, uno de los parciales del hombre fuerte de su partido. Este Pizarro, despechado, le devuelve el rosario a Griñán. Quiero decir que dimite de su alto puesto, la consejería de gobernación. Y, a partir de estos movimientos tectónicos de cutrez meridional se organiza una zahúrda caballuna.
Ninguno de los dos –Griñán y Pizarro— cayeron en la cuenta que, (como hipótesis) para lo que les queda dentro del convento hubiera sido mejor esperar que pasara el viático de las elecciones. Pero han construido la certeza de que, para lo que les queda dentro, debían cagarse copiosamente en el convento, y de esa manera –con tan singular producto abonar la llegada del partido popular. ¿Qué se le pasó a Griñán por la cabeza cuando, en puertas de las elecciones, pusiera en marcha tan anómala propaganda electoral? Hasta la presente no lo ha dicho.
Pero caben algunas suposiciones, improbables, me dicen algunos corresponsales de este blog en la ciudad que baña el Betis: o el cerebro de Griñán estaba en poder de las uvas en claro homenaje a don Francisco de Quevedo y Villegas o su cabeza se aproxima a la condición de orate emérito. En ambos casos, nos parece oir la voz tonante de Júpiter que, en LA HORA DE TODOS Y LA FORTUNA CON SESO dejó dicho: “¡Esto es despedir a Ganimedes, y no reprehensiones”. Sea como fuere (ingesta de manzanilla sanluqueña o candidato a camisa de fuerza) es dudoso que Griñán haya sido aconsejado por ningún experto; a menos que éste tenga la cabeza en poder de Baco o sea un auténtico mohatrero.