El menor de los Castro ha abierto el congreso del Partido comunista cubano. Según parece el eje central de los documentos es la “actualización”. Que pasa por intentar ponerse al día en algunos problemas económicos, viejos y nuevos, todavía irresueltos. No obstante, algunas las palabras de Castro –según dicen las noticias de agencia-- me han sumido en una cierta perplejidad: “la revolución no cuenta con reserva de sustitutos preparados”. Es decir, los cambios, pocos o muchos, serán conducidos por los grupos senescentes que siguen en el pináculo del poder. La frase en cuestión puede ser el reconocimiento del “fracaso escolar”, en materias económicas, sociales y políticas, desde hace decenas y decenas de años. Un fracaso sistémico, más bien, de un régimen que no se ha preocupado o ha propiciado que las personas de mediana edad o jóvenes no estén todavía preparados para asumir el liderazgo. O, tal vez, sea una excusa para seguir en el gobernalle de la situación.
Ahora bien, las pistas de ese estrepitoso fracaso podríamos encontrarlas en la autobiografía de Juan-Ramón Capella, Sin Ítaca [Trotta, 2011]. Pero, antes, hemos de aclarar que Capella no es un gusano vendepatrias, ni un agente al servicio del Departamento de Estado. Es un joven revolucionario de mi quinta, barcelonés, discípulo de Manuel Sacristán, ambos comunistas hasta el cielo de la boca. Aclarado el asunto, Capella dice –página 121 de su libro-- lo que, a buen seguro, escandalizará a una cofradía de creyentes que, tal vez, pongan sus libros en el Syllabus errorum: “… pero el principal error de Castro [Fidel] ha sido no confiar en su pueblo … Fidel era un autócrata de signo contrario al que teníamos que soportar nosotros” . De manera que podríamos llegar a la siguiente conclusión: el fracaso cubano radica en la autocracia, en la obsesión del poder unipersonal, que se explica en la desconfianza –durante décadas y décadas— hacia su pueblo.
Por lo demás, es de cajón que otro viejo león del comunismo, como Pietro Ingrao, debería estar también en el Índice de los libros prohibidos. Se me permitirá reproducir uno de sus artículos con relación a los Castro en http://www.lafactoriaweb.com/articulos/ingrao21.htm "Las noticias que nos llegan de Cuba son alarmantes y no admiten silencios. El 3 de abril tuvieron lugar, en diversos puntos de la isla, varios procesos contra 78 «disidentes», o -para decirlo con palabras más secas- opositores del régimen castrista. Si se suman las diversas condenas impuestas a estos opositores resultan cientos y cientos de años de cárcel. Son cifras espeluznantes. Y llamar sumarios a estos procesos es un eufemismo un poco ridículo. No podemos llamarnos a engaño: es imposible que en estos auténticos procesos relámpago se hayan garantizado los derechos elementales a la defensa, ni que se haya actuado con la prudencia necesaria y elemental que de hecho es obligada cuando se decide sobre la libertad o la prisión de individuos y de grupos.
¿Que los imputados eran opositores del régimen castrista, e incluso -digámoslo de forma fuerte- conspiraban contra el régimen? ¿Y qué otra cosa podían hacer, si en Cuba no existen los derechos esenciales de expresión, de organización, de lucha política pública y reconocida? Y esto aún hoy, cuando han transcurrido cuarenta años desde los días de la insurrección armada y de la emergencia revolucionaria. Por otra parte, ¿dónde está escrito que a los acusados, incluso si se trata de conspiradores esposados -que no están en condiciones de hacer ningún daño-, no se les puedan o no se les deban conceder poderes e instrumentos elementales de defensa? La justicia, esa palabra tan solemne y altisonante, requiere un proceso contradictorio público y prolongado. Sin él, la sala de vistas se convierte en una farsa, en un engaño feroz.
También a comienzos de abril se celebró en Cuba otro proceso, con una trama alucinante, que condujo a la condena a muerte de tres jóvenes que habían secuestrado una pequeña embarcación para tratar de llegar a la costa estadounidense. El que suscribe ha aprendido en la vida a odiar la condena a muerte, ese poder estremecedor de matar a alguien que está ya esposado y recluido entre las paredes de una cárcel. Pero la condena a muerte que se dicta y se ejecuta de forma casi instantánea, que no permite apelación y rechaza incluso un momento de duda ante el hecho de matar a alguien inerme, es realmente repugnante. Y es engañosa: da la impresión de que el verdugo acabara de un plumazo los problemas políticos y humanos que no sabe resolver. Se dirá que Castro no tiene más remedio para mantenerse a salvo de los complots estadounidenses, pero yo me temo que todo esto ayuda a Bush a decir: Ya veis que la superpotencia americana es indispensable…
Así de amarga es la situación. Yo no olvido el valor de la insurrección cubana como esperanza y símbolo para un tercer mundo asfixiado por el imperialismo, y también para la difícil lucha de la izquierda anticapitalista en el mundo occidental avanzado. Aunque personalmente tuve dudas, fuimos muchos, muchísimos, los que desde el primer momento, en aquella segunda mitad del siglo veinte, colocamos el retrato del Che sobre la cómoda de nuestra casa y cantamos en las marchas aquella canción inolvidable. Y creo que percibo y comprendo hasta qué punto, todavía hoy, Cuba transmite un mensaje de esperanza: en primer lugar, para Centroamérica, que trata de redimirse, y más aún. Especialmente ahora que la superpotencia estadounidense ha proclamado ante el mundo entero la llegada de la era de la «guerra preventiva». Pero precisamente si a estas alturas la situación es ésta, y eso se ve sobre el terreno, no podemos engañarnos pensando en superar una prueba así a fuerza de procesos sumarios y fusilamientos fulminantes.
Siento repulsión por esas novísimas cárceles de Guantánamo, donde uno ya ni siquiera se puede refugiar en la oscuridad de su celda. Pero, ¿cómo puedo oponerme a las alucinaciones de Guantánamo si recurro a la pena capital contra fugitivos presos y con esposas en las muñecas? La batalla contra Bush y contra la doctrina de la «guerra preventiva» requiere otros caminos, nuevos y distintos. Y se nutre de pacifismo, no de cárceles y esposas que llegan a ser absurdas, ni de verdugos manchados de sangre. Un intelectual gran amigo de Cuba, el Nobel Saramago, ha hecho pública su disconformidad. Su elección es un llamamiento a la valentía". Así habló Pietro Ingrao. A la hoguera, pues, con los libros de Ingrao.