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José Luis López Bulla EL PROGRAMA ES UNA BANDERA EN LA CABEZA DE LA GENTE. Pero ...
José Luis López Bulla



Ayer tomábamos prestadas las palabras del profesor Antonio Baylos, concretamente: “””La reforma de la negociación colectiva ha fortalecido la posición de las secciones sindicales de “grupos de trabajadores con perfil profesional específico”, cara a la posibilidad de concertar convenios-franja previa la designación electiva de los trabajadores afectados, lo que hace presente en el esquema de representación un elemento de fragmentación horizontal en cierta manera disfuncional con el sistema porque permite la expresión de intereses de categoría no solidarios y diferenciados respecto del resto de los trabajadores de la empresa que no encuentran respaldo en una unidad electoral que agrupe a estos trabajadores separadamente del resto de los empleados por la empresa”””. Pues bien, al hilo de tan autorizada opinión, vale la pena insistir en ello.


El sindicalismo confederal no puede dejar pasar más el tiempo sin abordar la cuestión de la representación. Primero, porque su morfología está ya sumamente envejecida. Segundo, porque es preciso, además, dar una respuesta estructurada a esa fragmentación horizontal, según explica Baylos. Tercero, por la relación directa entre representación y los diversos procesos negociales. En resumidas cuentas, porque la utilidad del sujeto colectivo que es el sindicalismo confederal tiene mucho que ver con los modos y maneras que tiene la representación. Esto es, su capacidad de tutela y, como decíamos esquemáticamente el otro día para superar el déficit de transformación que tiene ya la actual representación.


Comisiones Obreras, por ejemplo, tiene un esbozo de programa que cuenta con un consenso general, matiz arriba, matiz abajo, de su conjunto afiliativo. Tiene, decimos, un programa. Ahora bien, decía Hegel que “el programa es una bandera en la cabeza de la gente”. Ahora bien, es opinión compartida por algunos convecinos de Parapanda que centenares de páginas escritas equivalen a ninguna si no son capaces de activar una energía, una fuerza, una capacidad de cambio. Pero la energía, la fuerza y la capacidad de cambio están directamente relacionadas con la forma-sindicato, esto es, con la representación. La actual puede representar a los, con perdón, últimos mohicanos –a los trabajadores de los manguitos y la visera con el lápiz en la oreja, a los que también hay que defender— pero ya no es útil a las nuevas tipologías del conjunto asalariado. Así pues, sigamos la vieja y autorizada máxima: nada es, todo cambia.






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