EL PREPUCIO DE NUESTROS GOBERNANTES Y EL PRECIPICIO DE LA CRISIS

Una gran mayoría de los políticos instalados ha confundido el precipicio con el prepucio: desde los inicios de la crisis de 2008, tras un aparente acto de atrición a la Sarkozy, han venido diciendo que el agua no llegaría al río, que en un tiempo relativamente breve se saldría del prepucio y que nunca estaríamos al borde del precipicio. De ahí que algunas de las recetas que pusieron en marcha fueran simple y llanamente homeopáticas. Algunas, he dicho.
La realidad es bien distinta a la que se han referido los políticos instalados tanto de babor como de estribor. Nunca interpretaron, o no quisieron hacerlo debidamente, el parte meteorológico y el Arca de Noé fue dando tumbos, golpeando sistemáticamente a los sectores populares, muy en especial a los sectores más débiles. Que nunca lo interpretaron queda demostrado cuando campanudamente un tosco Ministro de Trabajo aseguró, jurando ante el Almanaque Zaragozano, que “nunca se llegaría a los cuatro millones de parados en España”.
Creo pertinente preguntarme si estos políticos mienten. Puede ser, pero no creo que esa cultura trapacera, sea la principal explicación de la confusión entre prepucio y precipicio. Pongamos como aproximado ejemplo el caso español. Nuestros gobernantes se han echado en los brazos de las teorías y prácticas de la lepra neoliberal porque se les ha tambaleado la confianza en la praxis socialdemócrata. Y, de ahí, han pasado a ejercer de nicodemitas, como la rosa de Alejandría: neoliberales de día, socialdemócratas bajo el palio sonrosado de la luz crepuscular. Mientras tanto, siguiendo la Ley de Monotonía la crisis seguía aumentando y haciendo de las suyas. De donde infiero que la desconfianza de los socialdemócratas en su propio código genético ha podido traducirse en la generalización de medidas propias de la acera de enfrente.
En una primera fase nuestros gobernantes impulsaron medidas homeopáticas. Más tarde, viendo que el diluvio con descarga eléctrica no sólo no amainaba sino que se endurecía decidieron que los dioses menores de la socialdemocracia no estaban por la labor. Y, mutatis mutandi, se realquilaron en los palacios de esa legión de expertos que ya habían decidido previamente el elenco de sus consejos. En concreto, la política disfrazada de algoritmos neoliberales como bálsamo de Fierabrás. Que puesta en marcha –y, sobre todo, justificada con desparpajo— mantenía el nivel de estragos a diestro y siniestro.
Así pues, crisis caballuna de la política socialdemócrata, aunque un zapaterianamente panglossiano como Jesús Caldera, La izquierda y la crisis, afirmara no creer en la crisis de la socialdemocracia en uno de los artículos más naïfs que últimamente se han escrito. Pero, también, crisis en la derecha, hispanamente nacionalista, que no es capaz de plantear nada porque sencillamente no sabe qué decir. Crisis, por supuesto, en la derecha, periféricamente nacionalista, que ha pasado de los picos de Montserrat a los aires de Mont Pelerin, desterrando los retratos del santoral nacionalista por el de Hayek y sus pendencieros cofrades.
Tremenda crisis económica, desde luego. Pero peor todavía es la crisis de los referentes de la política, especialmente la de nuestros gobernantes. Es como si el prepucio socialdemócrata no estuviera en condiciones de echar ni gota.
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