
Por supuesto, la exigencia de una reforma fiscal es fundamental. Primero, por los principios de equidad; segundo, porque de ahí sale también el “forraje” para sufragar el Estado de bienestar. Esta es una batalla que, sin embargo, tiene una manifiesta discontinuidad pero, a mi entender, nunca fue un permanente hilo conductor (al menos de manera visible) en la línea de conducta de las izquierdas sociales y políticas. Presento mis disculpas, es como el Ave Fénix. Ahora todos estamos pendientes si el cántaro va a ir a la fuente con esa imposición a las fortunas de “los ricos”.
Sin embargo, todavía es más rara la exigencia de lucha contra el fraude fiscal. Hasta donde me llega la memoria, ni siquiera en el Parlamento ha preguntado a cuánto asciende el caballuno agujero del fraude fiscal. Por el amor de dios, no seamos tan zanguangos.
No me resisto a un desahogo que les pondrá los pelos de punta. Lo diré precavidamente, no sea que algunos quisquillosos me empapelen. Al grano: una tienda de cierta gran capital española, dedicada a la venta de togas y puñetas, cuando entrega tan señaladas prendas a los éforos de las distintas provincias de ese saber académico, pregunta al cliente: “¿Con o sin iva?”. No hace falta decir que se trata de una pregunta retórica. Naturalmente, tales sisas son el chocolate del loro, pero ahí queda –queda ahí— la relación mercantil entre el eforazgo y el tendero.
