Nota editorial. Esta mañana he escrito este ejercicio de redacción. Pensé: lo dejas casi listo y por la tarde corriges lo que sea menester. Después me he ido a visitar a un querido amigo, cuya hija (treinta y ocho años) ha fallecido trágicamente. Vuelvo a casa y me entero de que el PSOE ha convocado su congreso para primeros de febrero próximo. Decido no variar ni una coma de lo que escribí hace horas. Vale.
Rubalcaba ha pedido en su primera comparecencia, tras la contundente derrota electoral del PSOE, un congreso extraordinario. Es normal: lo exige el batacazo y lo demanda la necesidad de liderazgo, real y formal, de su partido. Pues bien, vamos a opinar al respecto desde los únicos atributos que me concedo: no ser indiferente a los avatares del conjunto de la izquierda. Que un servidor no haya votado a Rubalcaba no impide expresar mi pobre punto de vista.
El congreso que exige Rubalcaba es, ciertamente, una necesidad. Ahora bien, ¿en qué condiciones? ¿cuáles serían sus requisitos previos? ¿cuáles sus objetivos? ¿quiénes deben ser sus protagonistas? y ¿con qué sujetos políticos y sociales se proponen reorientar la situación?
Hablemos sin perifollos: si el congreso se hace a la usanza convencional servirá de bien poca cosa. De ahí que entienda que tan importante evento debe plantearse al revés de los usos y costumbres. Lo explicaré desde la comodidad de estar sentado en el tendido de sol y sombra.
Primero, en una fase previa sería preciso una abierta discusión sin trabas ni tabús y --¿por qué no?— sin guión previo de los grupos dirigentes. Segundo, una recopilación de lo discutido; y, tras ella, una segunda fase donde el grupo dirigente estableciera un conjunto de síntesis sucesivas con voluntad de conformar lo que se denomina proyecto: una propuesta de proyecto dirigido al pueblo socialista capaz de enhebrar los materiales congresuales.
Tengo para mí que la discusión, en sus fases sucesivas, no puede ser solamente el batacazo electoral. Repito: no puede ser solamente eso. Tiene que haber más chicha. El debate debería orientarse a reflexionar sobre la crisis de la socialdemocracia europea y española, su parte de responsabilidad en la política y cuáles de sus errores, indefiniciones y lagunas han llevado al PSOE al batacazo electoral. Por supuesto, debe ahondarse en los elementos coyunturales (la crisis económica y, sobre todo, la gestión que se ha hecho de ello). Todo ello vinculado a lo que realmente quieren ser: o bien un partido socialdemócrata o bien una franquicia de la modernidad líquida o gaseosa. Si es lo primero, óbrese en consecuencia; si lo segundo, dígase sin tapujos. Para lo uno o lo otro, los demás deberían tomar nota.