Lamentablemente la conocida empresa Abanicos Ibéricos S.A. ha tenido unos resultados económicos francamente lamentables. Ni siquiera el esfuerzo sostenido de sus trabajadores ha podido salvar los muebles. Como era protocolario se reunió el management para analizar las causas del caballuno tropezón, especialmente porque la competencia –en eso de procurar que se esté fresquito cuando el calentamiento global hace de las suyas-- se ha hecho con una buena tajada del mercado.
Los trabajadores de Abanicos Ibéricos S.A (AISA) esperaban una explicación aproximadamente convincente. Habían hecho lo que se les pidió desde las alturas: salarios por debajo del ipc, ampliación de la jornada laboral, ritmos más frenéticos y demás. Incluso habían organizado lo que antiguamente se llamaban jornadas rojas. Esto es, venta ambulante de abanicos en los días feriados y fiestas de guardar para ampliar el volumen de negocio de la empresa. Y sin embargo, la empresa se ha ido al garete. El management oyó las explicaciones del alto mando: la culpa la tiene el empedrao, caballeros; no hemos sabido explicar nuestras decisiones, señoras y señores. Y otras argumentaciones del mismo jaez, que fueron aplaudidas con frenesí por la inmensa mayoría del management. Pero la gran ovación estalló cuando el presidente director general del Consejo de Administración propuso, tras estas sesudas reflexiones, que en tiempos de desolación no hay que hacer mudanza. El segundo de a bordo se aclaró la garganta y campanudamente gritó: ¡Viva Ignacio de Loyola! [Una voz minoritaria musitó: Igualico que el difunto de su agüelico]
La asamblea de directivos, antes de caer en deliquio, entonó el Himno: No hay novedad, señora baronesa.