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José Luis López Bulla A LOS AMIGOS DE IZQUIERDA UNIDA
José Luis López Bulla
Homenaje a Justo Domínguez. Ánimo, primo Justo.


En las pasadas elecciones generales he votado a Joan Coscubiela. En ese voto había dos razones entrelazadas: la primera, el conocimiento personal del candidato desde finales de los años setenta; la segunda, la intuición de que mi voto podía serle de utilidad a Izquierda Unida. Fue una elección pro, no un contravoto. Como puede verse fue un voto de ilusión, y desde ella deseo hacer unos pespuntes, innecesarios en el caso de Coscubiela, pero me parece que son obligados para Izquierda Unida.

Durante mucho tiempo me ha dado la impresión de que, por lo general, los grupos dirigentes de IU han pensado que pueden ser la alternativa de izquierdas a costa de las plumas que pierda el PSOE. Esta es la traslación de un viejo concepto: tu muerte es mi vida [mors tua vita mea]. Se trata de una idea de la que ha abusado en demasía un cierto sector de la izquierda a lo largo de los tiempos, y francamente nunca recuerdo cuando se tradujo en la realidad. En cambio, hay una experiencia relativamente reciente de lo contrario: cuando nuestros sindicatos mandaron a paseo tan estúpida práctica y dejaron de tirarse de los pelos consiguieron –a través de la unidad de acción-- ser algo útil para el conjunto asalariado.

Mi voto de utilidad a Izquierda Unida iba en la dirección de una ilusión: que no se vaya por el mismo camino a partir de ahora. Mi ilusión es que IU sea capaz de convertirse en un polinomio donde todas sus variables (las pluralidades de todo lo que se mueve) enriquezcan el sistema democrático. Mi ilusión es que sea un actor capaz de traducir en política eficazmente útil todas sus propuestas y las que le vienen del polinomio de las diversidades que están en movimiento.

Tengo la ilusión de que IU puede interferir, si está convenientemente acompañada política y socialmente, en que la centralidad del trabajo pueda ser la clave de bóveda de las izquierdas frente al nuevo sistema (de hecho es la recuperación de los códigos del siglo XIX) del fin del trabajo. Lo digo parafraseando al amigo Riccardo Terzi (1): la centralidad del trabajo está siendo agredida desde abajo y desde arriba: por ese universo tétrico de la precariedad y el desempleo de masas que propone (y no es infrecuente que imponga) la relación, hoy abierta y ya no oblicua, entre el dinero y la política.

En conclusión, la centralidad del trabajo es uno de los prerrequisitos para una democracia con fundamento; lo contrario de la democracia demediada.

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