Siendo yo un mozalbete leí que don Pío Baroja, ya cargado de años, dejó escrito que la Alhambra de Granada le parecía tan vulgar como un ambigú de cine de pueblo. Mi primera reacción fue mentarle toda su generación. A mis catorce años yo tenía dos cosas intocables: la señora Simone Signoret y la Alhambra. Así es que me dispuse a hacerle un sonado ajuste de cuentas a Baroja: quemaría su novela Paradox Rey en el obrador de la confitería. Mi padre adoptivo, el maestro Ferino Isla, vio mis intenciones: “Alto ahí, niño bitongo, los libros son sagrados. Don Pío puede decir lo que le venga en gana, y tú cuando seas padre comerás huevos”. Me quitó la novelita y la puso en su lugar descansen. Pues bien, si Baroja puede decir lo que quiera, un servidor haría lo propio.

Y eso me dispongo a hacer ahora. A Berlusconi le han echado, aunque no sabemos cuánto tiempo durará su salida del Paraíso. Y, tal vez, alguien prepara la caída de Putin. A Berlusconi no le expulsó il popolo minuto, sino il popolo grasso. Puede ser que ocurra tres cuartos de lo mismo con el padrino ruso. O sea, la multitud que responde enérgicamente la antipolítica de entrambos no acaba de mandarlos a las zahúrdas de Plutón. ¿Quiere decir esto, pienso titubeando, que los poderes fácticos globales ya no están interesados en ese tipo de personajes? ¿Es posible que ahora saquen del almacén a otros questores aparentemente (sólo aparentemente) limpios de polvo y paja, con más garantía para gestionar la actual acumulación capitalista? ¿O con mayor técnica para conformar –lo querrían definitivamente-- un Termidor de largo recorrido?