Acabo de enterarme por laradio que ha muerto hace unos días el tenor vasco CarlosMunguía ala edad de noventa y un años. Me he quedado de piedra porque no he vistonoticia alguna en ningún diario o medio de difusión a mi alcance. Corro rápidamentea ver si ese sabelotodo que es don Google está al tanto, pero no he encontradoreseña alguna del fallecimiento del maestro vasco. El silencio más absolutopara un tenor que ha dedicado cerca de sesenta años a la zarzuela y, enocasiones, a la ópera. Espero que en Euskadi las cosas hayan ido de otra maneramás generosa.
Este país ha sidofrancamente injusto con Munguía. Tan desagradecido como cruel fui yo con élsiendo un jovenzuelo impertinente. Mis padres eran fervientes admiradores deltenor donostiarra. Mi estúpido acné, sin embargo, me hacía decir cosas crueles,seguramente para épater a los míos. “Quehe dicho que no es Bergonzi, ni Jussi Bjorling…” Ni siquiera quise agradecerle que me dio laoportunidad de oirle en Málaga cuando a los maestros italianos no podía verlosni en pintura. Es más, recuerdo que, en cierta ocasión, un futbolista delGranada CF –ahora no recuerdo si era Kaiku o Larramendi, a mediados de loscincuenta— dio un recital en Granada. Al final de la sesión me acerqué y, parachinchar a mis padres, le dije al cantante: “Maestro, usted canta mejor que Munguía”.El centrocampista (todavía les llamábamos medios) me dijo: “¿Qué dices, erestonto o qué?”, y quedé tan corrido como alborozados mis padres.
Pero que yo fuera un engreídoechao p´alante no explica que, tras la muerte del maestro, haya habidotanto silencio. Ahora, tarde, he vuelto a Munguía. Francamente se merece unrecuerdo mejor que ese silencio tan brutal como incomprensible. Que se sepa:cantó con Mario del Monaco, Teresa Berganza, Manuel Ausensi, Pilar Lorengar…Definitivamente no merecía mi malafoyá santaferina. Mea culpa. Le pido excusas, maestro.
