Algunos medios de comunicación nos dicen que “la Unión Europea no recorta enciencia”. Lo cual contrasta con los sucesivos tijeretazos que se están dando –nodesde ahora, ciertamente—en nuestro país, aunque en estos días la cosa pasa decastaño oscuro. De no corregir esta situación es de cajón que, de un lado, descenderostodavía más en el ranking de la eficiencia de nuestra industria, repercutiendolo suyo en el empleo y, de otro lado, la realidad de un incremento de fuga decerebros hacia otras latitudes.
A mi parecerel busilis del problema, que viene de lejos, tiene dos escenarios: lasadministraciones públicas que han tenido por lo general unos comportamientoserráticos y la mayoritaria cultura empresarial española. Por una parte, el añopasado supimos que, en 2010, el Ministeriode Ciencia deja de gastar un tercio del presupuesto para I + D; sólo el 1,26por ciento de la innovación que cataloga la Unión Europea esespañola; y el empleo científico bajará un 6,2 por ciento. O sea: lo poco quese dedica a ciencia y tecnología acaba incumpliéndose. Por otra parte, siguemuy asentada la práctica garrula de la mayoría de los empresarios de no ponerseal día, manteniendo una cultura de hojalata. Ni siquiera unos y otros tienencomo puntos de referencia culturales los importantísimos científicos y técnicosque se dieron hasta hace poco en algunos hospitales españoles de la red pública.Que son un oasis, una brillante excepcionalidad.
Enresumidas cuentas, el principal mecanismo de freno de nuestra economía es el déficitabsoluto y relativo de innovación tecnológica. Si no se quiere ver es que hayinterés en ello, porque un error cuando se repite ad nauseam deja de serlo y seconvierte en una opción a sabiendas y queriendas.
Apostilla.Delenda est Carthago. O sea, la reforma laboral.
