La salida “cañí” de Esperanza Aguirre con sus estrafalarias declaraciones sobre la final de la Copa han sido interpretadas, lógicamente, como un intento de desviar la atención de los problemas que tiene el equipo de gobierno de la Comunidad autónoma de Madrid. Vale decir, el pufo del déficit público, escondido celosamente bajo las alfombras de las covachuelas y el asunto de Bankia. Naturalmente, esta era su intención. Pero yo no he oído comentarios sobre el macabro estrambote que, a mi entender, tienen también.
Las palabras de Aguirre son, objetivamente, un inequívoco aliento a la manifestación que han convocado los falangistas ese mismo día a horas cercanas a la celebración del evento deportivo con miles de seguidores catalanes y vascos. De ahí que Aguirre, por su peso institucional, se convierte claramente en la dirección de ese movimiento ultra.
Así pues, las intenciones visibles (desviar la atención de los problemas de la comunidad autónoma) tienen un alcance chato y efímero. Sin embargo, el rescoldo que puede dejar el aliento que presta a los ultras ya es asaz preocupante. Porque puede abrir en la derecha del Partido popular una doble militancia (si es que no existe ya): una, aflorada en dicho partido; otra, submergida en las sentinas de los falangismos, viejos y nuevos.
Enfoquen, pues, bien el catalejo.
