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José Luis López Bulla PEQUEÑA CRÓNICA DEL 19 DE JULIO (dos, después de y entre tanto)
José Luis López Bulla

Don Lluis Casas





Me perdonaran los lectores (creo que con gran satisfacción por su parte), pero la presente crónica se abstendrá de comentar lo que los nuestros ojos, oídos y tacto apreciaron ayer en cada una de las concentraciones y manifestaciones. Como considero que, al margen de fuerza mayor, todos los que leen el presente blog estaban implicados como mínimo en el Servicio de orden, huelga decirles lo que ya saben por experiencia propia.
Lo que si acierto a comentar, más bien a reflexionar, es lo siguiente. No me gustan las manifestaciones modernas, prefiero, tal como aventura mi edad, lo de antes. Las manifestaciones modernas consisten en llegar al punto de reunión media hora antes, encontrar a amigos y compañeros, pegar la hebra mientras van llegando el resto y a partir del horario fijado entrar en una prolija discusión sobre si nos moveremos o no de allí en donde la organización nos ha colocado. Discusión absolutamente inútil, ya que el movimiento se produce (si es el caso) dos horas después y sin siquiera en el sentido fijado previamente, simplemente todos se van a casa. Unos con dolor de rodilla por exceso de permanencia en posición de firmes y otros continuando con el affaire principal, mentar a madres y padres de los prohombres y promujeres que en el mismo momento en que el pueblo llano y montañoso se echaba a la calle para exigir que se fueran a freír espárragos y a poder ser más lejos de Gavà, nos aprobaban unos descuentos por fin de temporada que ni te menees.
Yo, personalmente, decidí volver a casa hora y media después de las diecinueve treinta, después de dos horas de estática expectativa y cuando ya no me quedaban ministros a quienes mentar. Así que, en cuanto los expertos me informaron que la cabeza de la manifestación ya había llegado a término, eché una ojeada Via Laietana abajo, contemplé el espectáculo de miles, miles y miles de personas entretenidas en cantos, gritos, exabruptos y recuerdos familiares para quien ya sabemos y me dije que sin rodillera y sin taca taca, me las piraba, sintiéndome perfectamente justificado, feliz y contento y un poco afónico.
Lo de antes era distinto. El asunto consistía en el desplazamiento rápido, en zigzag, a través de rudimentarias barricadas y mezclándose con la clase empresarial que salía en esos momentos de la oficina. Incluso algunos eran duchos en agenciarse corbatas y ternos que no usaban desde la primera comunión para disfrutar de un sagaz mimetismo con el sector adicto y traspasar las incontenibles filas de los guardias y de la secreta. No sé por qué era secreta, la verdad, eran todos bien conocidos, incluso se sabía dónde y con quien vivían y podías hacerles llegar discretamente algún regalo de Navidad, cosa que por prudencia y en bien de la estrategia de alianza de clases evitábamos.
Pero, en fin, el movimiento, como recuerdan, era algo consustancial. La cosa se mantuvo durante bastante tiempo, ya en plena posesión de los derechos marciales, pero lentamente se ha ido degradando y de manifestación ya solo queda la primera fila que sí de desplaza, pero el resto queda estático y al albur de las apreturas. Incluso algunas manifestantes lanzan miradas asesinas en derredor por esa circunstancia de la apretura de dimensión espacial. Cosa comprensible, aunque inevitable. El truco consiste en no ir a donde te marcan, sino introducirse lateralmente por vías transversales lo más cerca posible del encabezamiento, de modo y manera que la primera fila se desplaza y el espacio es ocupado por los situadas a los lados, con lo que los disciplinados militantes se ven obligados a la permanencia en el mismo metro cuadrado asignado.
Dejando donde queda la reclamación por el movimiento, aunque sea lento y pausado, paso a contarles que ayer noté algún síntoma de cambio tanto en la psicología de masas, como en la expectativa de destino. Al menos en Barcelona, el mogollón de gente estaba más bien alegre y satisfecho, nos decíamos unos a otros que en dos días se había montado una de muy gorda y que, a ver, si la huelga general se convocaba ya de una puta vez.
De entre los presentes en derredor, al alcance de mi vista, es decir en torno a los diez metros de circunvalación, vi caras nuevas. Incluso caras recién nacidas a la confluencia callejera de la protesta. Vi también que la mayoría de sindicatos, que en otras ocasiones rondaban a doscientos metros del núcleo principal, estaban pegados al resto. Incluso, me dijeron, puesto que no hubo manera de llegar a verlo, que los del 15 M se metían una asamblea en plena Plaça de Catalunya. Asamblea contigua al personal que tieso esperaba el nunca llegado arranque manifestatorio. Buenos síntomas. Digo yo.
Otra novedad es que no parece que haya debate en torno a cifras. Se da por concedido sin discusión que ayer la cosa no era broma, ni ejercicio gimnástico. Sea bienvenida esta circunstancia que permite centrase en lo que importa: los límites del aguante están ya muy cerca y seguir por el camino del recorte y del cárguenlo a cuenta del trabajador puede proporcionar más sorpresas que la prima de riesgo, que a estas alturas y con esos recortes sigue impertérrita su camino especulativo. Si el vecino Portugal ya se financia a tipos claramente inferiores a este país, si con la casi confirmación de los créditos europeos no se serenan los que están acumulando beneficios inmensos a nuestra costa, ¿a qué esperamos?
Ahora, por lo visto en el Congreso, hay que pensar en septiembre. Mes decisorio aunque no haya llegado el otoño y la calentura sea aún ambiental. La presión en la calle se debe transformar el exigencia de referéndum, elecciones y otras argucias democráticas para detener el asesinato en masa.
Ayer, yo lo vi claro. Y, espero que los alemanes también.

Lluís Casas, poniéndose antiinflamatorios en las rodillas.

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