No recuerdo un mes de julio tan movido como el de este año. La vasta movilización del día 19 ya hubiera batido todos los records en muchas décadas a la redonda, no sólo por la participación en términos cuantitativos sino por la descentralización de las acciones colectivas a lo largo y ancho de la geografía. Pero julio ha sido algo más. De hecho podemos decir que no ha habido ningún sector que no haya estado en tensión: empezando por los mineros y acabando por todo el universo de la función pública. Y en medio de todo ese entrecruzamiento de manifestaciones emerge una novedad: el personal de todo un conjunto de colectivos de los aparatos más sensibles de Estado ha expresado su enérgica protesta con la misma convicción que el resto de lo que se ha movido.
Las tres asociaciones de jueces y fiscales, que “instan” a sus asociados a acudir a las manifestaciones del día 19; los policías de Madrid y Barcelona que abuchean a los mandos políticos y administrativos; y la cumbre social que se ha reunido en Madrid para preparar la continuidad de la respuesta a mediados de septiembre son acontecimientos de primer orden. Lo dicho, el mes de julio no ha sido algo anodino.
Atención al dato: todavía no se ha destacado, como conviene, que millones de personas se han tirado a la calle también con una componente solidaria de envergadura. Me refiero a quienes, desde el centro de trabajo (que ha sido la participación más numerosa) han expresado su visible apoyo a quienes estaban siendo agredidos. Se podrá decir, con no poca razón, que esa solidaridad tenía una componente de autodefensa. Pero ¿cuándo la solidaridad no tuvo también esa característica?
Por eso, justamente para cimentar más esa solidaridad de quienes están trabajando, especialmente en los sectores industriales, es conveniente que el sindicalismo confederal no deje de lado un asunto de primer orden: la negociación colectiva están empantanada en algunos importantes convenios. De ahí sugiera que el árbol de los grandes problemas (reforma laboral, recortes …) no nos impiden ver los numerosos árboles de la negociación colectiva que están pendientes de regadío.
