Homenaje a Paco Puerto
En la valoración de urgencia que se hizo en este blog sobre el proceso y desarrollo de la huelga general se dio la importancia debida a ese importante tejido militante del sindicalismo confederal español. En ese sentido viene siendo ya recurrente un significativo grupo de militantes esporádicos, esto es, lo que participan activamente en estas situaciones de conflicto. Digamos que es la prolongación de la notable trama de activistas sindicales establemente organizados. Las grandes ocasiones del sindicalismo confederal no se entienden sin esa participación generosa de los estables, también de los esporádicos que son decenas de miles y que, por lo general, no están organizados.
Me pregunto si no es el momento de una nueva reflexión que conduzca a la adhesión estable de tantas personas al sindicalismo. Quiero decir, a la afiliación. No se trataría de la tradicional “campaña afiliativa” que, tal como la concebíamos en mis tiempos, tenía unas características voluntaristas, por no decir un tanto administrativas. Lo cierto es que aquellas campañas de afiliación no resultaron tan exitosas como preveíamos. El hecho de no haber estudiado las limitaciones de aquellas campañas nos impidió avanzar y, ahora, nos ofrece pocos referentes válidos.
En cualquier caso, me atrevo a esbozar una hipótesis acerca de la parquedad de los resultados: enfocábamos las campañas de afiliación en frío, esto es, al margen de las grandes movilizaciones que se dieron también en aquellos tiempos, por ejemplo, las huelgas generales del 15 de junio de 1985 y la más famosa de todas: la del 14 de Diciembre de 1988.
Tal vez la propuesta no sería tanto hacer una campaña de afiliación, sino el compromiso de un trabajo sostenido en el tiempo. Naturalmente, con su verificación cotidiana. Sin embargo, dicho compromiso si quiere dar frutos pasaría por aclarar algo que parece que está en el genoma del sindicalismo español: poner el acento en el movimiento de masas (por lo demás, imprescindible) descuidando clamorosamente las grandes cuestiones de su fortalecimiento doméstico. Lo que, al final, lleva consigo una paradoja que viene desde hace treinta años: los afiliados al sindicalismo confederal, con sus cotizaciones, sostienen el desarrollo de una acción colectiva que repercute en millones de personas que no están afiliados. Permítaseme una licencia: en términos de política fiscal (excúsenme la metáfora) sería una evidente anormalidad.
Voces inquietas siempre han postulado que para resolver esa anomalía sólo hay una salida: que los convenios colectivos afectaran sólo a los afiliados. Esta no es la solución porque el convenio por ley afecta erga omnes ya que el sindicalismo tiene el “monopolio” de la negociación colectiva. Cosa que, con buen criterio, el sindicato no está dispuesto a renunciar. De manera que estamos en las mismas. Así pues, no veo otra salida que insistir en la necesidad del fortalecimiento afiliativo al sindicalismo. Para ello nada mejor que preguntarse con desparpajo: ¿cuáles son los mecanismos de freno que taponan el incremento afiliativo que se necesita? Y si existen esos mecanismos de freno ¿dónde están y cómo romperles el espinazo?
De momento, una insinuación: la mayoría del conjunto de afiliados se encuentra en el centro de trabajo, pero también la intensísima mayoría de los afiliados potenciales está también en el centro de trabajo. Y, tras ella, una impertinencia: tú, que estás leyendo, ¿te acuerdas de quien fue la última persona que afiliaste al sindicato? Tal vez en estos pequeños detalles esté una aproximación a la solución del problema.