Una ofensiva parte del mundo católico contra el laicismo; es un verdadero contra movimiento que importa el modelo del “Tea party” de los Estados Unidos y ataca, en vísperas de las elecciones, los derechos civiles.
El Discurso a la Ciudad, pronunciado por el cardenal Angelo Scola en la Basílica de san Ambrosio, en vísperas de la fiesta del santo patrón de Milán, ha sido acogido en la esfera pública con no poco estupor, por lo que muchos comentaristas lo han definido con una inusitada dureza. Las interpretaciones de este aparente giro han sido muchas y no mutuamente excluyentes. Una explicación local, si no nacional, la relaciona con la cercanía de las elecciones regionales y nacionales.
En un momento de debilidad de la derecha política, el discurso de Scola parece apuntar a una polarización y a un potencial alineamiento electoral del catolicismo más integrista. En la particular situación de Lombardía, con el (dimisionario) presidente del gobierno regional, el cielino (1) Roberto Formigoni, porque está implicado en una serie de escándalos de corrupción-- la intervención del cardenal Scola, de quien con frecuencia se cita su pasado cielino, también ha sido interpretado como un apoyo a [la organización integrista y ultra reaccionaria] Comunione e Liberazione en un momento de indudable crisis espiritual y política de dicha organización.
Sin embargo, hay una lectura menos contingente propuesta, entre otros, por Massimo Faggioli, profesor de Historia del Cristianismo en la Universidad SaintThomas (USA). En una intervención en Huffington Post, Faggioli sitúa el discurso de Scola en el interior de un proyecto más amplio en la Iglesia católica, aunque contestado, de ataque el modelo laico de relación entre estado e iglesia, dominante (con ciertas excepciones) en Europa, proponiendo, sin embargo, el modelo estadounidense. Como observa Gian Enrico Rusconi en La Stampa, en el discurso cardenalicio tanto la prognosis como el diagnóstico están poco elaboradas: la reforma sanitaria de Obama (cubriendo el gasto de los anticonceptivos y la interrupción voluntaria del embarazo), citada por Scola como ejemplo de ataque a la libertad de los creyentes, no obliga ciertamente a éstos a usar anticonceptivos o a abortar, y la idea que el estado deba respetar la “precedencia” de la sociedad civil “limitándose a gobernarla y no pretendiendo gestionarla”, está expresada confusamente.
Sin embargo, es más elaborada la propuesta ideológica de un nuevo “conflicto de civilización” que, en esta ocasión, no pasaría –como en la versión de Samuel Huntington— entre Islam y occidente, sino entre religiosos y laicos. Al igual que en la versión original del conflicto de civilizaciones, el choque se presenta como epocal, netos los confines, el enemigo absoluto. Aunque no en el discurso de Scola, pero sí en las webs de cristianismo integrista, no es casual que un término como “cristófobo” se utilice para estigmatizar los comportamientos y valores no solo de los adversarios políticos (y laicos) sino también de los adversarios internos: los creyentes que no son partidarios del conflicto de civilización.
La neutralidad del estado respecto a las confesiones religiosas se teoriza en el discurso de Scola, como en algunos planteamientos (definidos neoliberales o neoconservadoras) provinentes de los Estados Unidos como una neutralidad considerada como un ataque a la libertad religiosa. En el discurso del cardenal, la laicité “se basa en la idea de la in-diferencia, definida como ´neutralidad´, de las instituciones estatales respecto al fenómeno religioso”. Pero dicha neutralidad se habría “revelado muy problemática, sobre todo porque no se puede aplicar”. La conclusión es la existencia de un conflicto no entre religiones sino entre quienes son religiosos y quienes no lo son. En palabras del cardenal, que retoman las teorizaciones “americanizantes” que refiere Faggioli, “hoy en las sociedades civiles occidentales, sobre todo las europeas, las divisiones más profundas son entre cultura secularista y fenómeno religioso y no –como erróneamente se piensa-- entre creyentes de diversa fe. Según esta argumentación, la aconfesionalidd del Estado disimula “bajo la idea de ´neutralidad´ el apoyo del Estado a una visión del mundo que descansa en la idea secular y sin Dios”. Y, así, la cultura secular “mediante la legislación se convierte en cultura dominante, acabando por ejercer un poder negativo en los conflictos con otras identidades, especialmente los religiosos, presentes en las sociedades civiles que tienen a marginarlos o mejor dicho, a expulsarlos del espacio público”. Vito Mancuso ha comentado en La Repubblica que se trata de la hipocresía de una referencia (no autocrítica) a la libertad de religiones –una conquista del estado laico-- por parte de un exponente de una iglesia que reconoció la libertad a los creyentes de otras fes (incluso a los cristianos protestantes) sólo en 1965.
La sociología de los movimientos sociales nos ofrece alguna pista interpretativa, no alternativa sino complementaria a lo expuesto hasta ahora de las potenciales condiciones y consecuencias del resurgir de una visión del catolicismo polarizante y excluyente. Desde el punto de vista empírico, la investigación sobre los movimientos sociales en Europa desmiente ante todo la existencia de un conflicto entre laicos y creyentes. En muchas campañas de protesta (desde las relativas a la paz a la de los derechos humanos, la justicia social, el proceso de los forums sociales a principios de siglo y las movilizaciones contra la austeridad) grupos de inspiración religiosa y laicos han colaborado, construyendo visiones comunes sobre los derechos sociales, los derechos civiles y la relación entre política institucional y política “desde abajo”. Si estas colaboraciones fueron frecuentes también en el pasado, la atención de los movimientos más recientes en la construcción de espacios inclusivos y plurales, a la democracia deliberativa y al método del consenso, ha llevado a una comprensión recíproca creciente y a una elaboración común entre laicos y creyentes. Este diálogo (por ejemplo en el movimiento por la paz) ha contribuido a la reflexión de la relación entre ética y política y sobre los valores de la prefiguración de opciones políticas en los comportamientos cotidianos.
Naturalmente, los creyentes activos en los movimientos sociales representan sólo una componente, aunque numéricamente relevante e influyente políticamente, de los creyentes políticamente implicados. Junto a ellos, otros grupos (diversamente llamados integristas o conservadores) han utilizado su pertenencia religiosa de manera excluyente. La categoría de “contra movimientos”, usada en el estudio de los movimientos sociales, puede ser útil para comprender los tiempos y los contenidos de esta nueva cruzada. Como sucede, por ejemplo, en las temáticas sociales (la fractura de clase, como la definía el sociólogo Stein Rokkan), incluso en los temas relativos a la relación entre instituciones públicas e instituciones religiosas (la fractura Estado-Iglesia, siguiendo el lenguaje de Rokkan), la movilización por algunos derechos es seguida a menudo por el contrario movilizaciones orientadas a oponerse a los cambios emergentes. En tiempos recientes, campañas de protesta han tenido éxito al conseguir (frecuentemente en términos de políticas públicas) una ampliación de derechos civiles (un típico ejemplo es la legalización en diversos países de la Unión Europea del matrimonio entre personas del mismo sexo).
En la ´post democracia´ neoliberal, de la que habla Colin Crouch, los movimientos anti austeridad exigen también (con una creciente resonancia en la opinión pública) la defensa de los derechos sociales y bienes comunes, y con esto un reforzamiento de las instituciones públicas que en el pasado estos derechos estaban llamados a defender y realizar. El discurso de Scola, y del “contra movimiento´ en el que se ha situado, representa una reacción a entrambos procesos: el ataque a la extensión de los derechos civiles, presentados (inadecuadamente) como reducción de las libertades de los creyentes y la llamada a la subsidiaridad de la sociedad civil como reconocimiento de las responsabilidades de las instituciones públicas en la defensa e implementación de aquellos derechos.
La investigación de los movimientos sociales también ha permitido observar que en el discurso de los contra movimientos la retórica es a menudo excluyente, intentando conseguir el apoyo mediante la polarización. Como observa Massimo Faggioli, la alternativa americana a la laicité europea está siempre en crisis, provocando un masivo éxodo en la iglesia católica de los ex fieles críticos. Sin embargo, simultáneamente, tal como se ha visto en el Tea Party, produce movilizaciones excluyentes. El intento de importar ese modelo (aparentemente derrotado) a Europa parece corresponder a la dinámica, frecuentemente sectaria, de los contra movimientos, orientada a reaccionar frente a una crisis visible con la activación de límites rígidos, mediante un discurso peleón y guerracivilista.
Última nota: para los movimientos sociales, los contra movimientos representan a menudo un desafío y una oportunidad. De un lado, las movilizaciones adversas corren el peligro de cuestionar toda una serie de conquistas y hacer más difícil la extensión de los derechos. La buscada polarización también corre el peligro de producir en los movimientos una retóricas tan excluyentes como las de los contra movimientos. Movimientos y contra movimientos pueden entrar, así, en una espiral de radicalización. No obstante, por otra parte, la dinámica entre movimientos y contra movimientos puede llevar a una mayor consciencia de lo que está en juego, focalizando la atención sobre unos temas que han alcanzado relevancia en la esfera pública. Como, por ejemplo, la elaboración sobre el laicismo tanto en su actual versión como en sus potenciales evoluciones.
(1) cielino: militante de CL, esto es, Comunione e Liberazione.
Traducido por la Escuela de Traductores de Parapanda. Publicado en www.sbilanciamoci.info Por cierto, aprovechamos la ocasión para sugerirles que visiten esta importante revista digital. En ella colaboran personas amigas.