Nota editorial. En las dos entradas anteriores a ésta, Miquel Falguera e Isidor Boix han comentado brevemente la situación de los trabajadores chinos. Nuestro amigo Fabio Bracci se acerca a la cuestión en estos comentarios que ya había publicado en
Los ensayos de la socióloga china Pun Ngai [en la foto] en “La società armoniosa, explotazione e resistenza de gli operai migranti” (a cargo de Ferruccio Gambino y Devi Sacchetto, con traducción de Stefano Visentin, Edizioni Jaca Book) representan un nítido ejemplo de saber comprometido [savoir engagée], en la acepción que Pierre Bordieu dio a esta locución.
Pun Ngai, docente en la Hong Kong University of Science and Technology, no es “axiológicamente neutral” (da soprote a la ONG SACOM, Scholars and Students Against Corporate Misbehavior) ni se auto recluye en el abstracto radicalismo de campus, que criticaba Pierre Bordieu.
En la descripción de la condición de los trabajadores y las trabajadoras migrantes en China –hecha desde perspectivas y ángulos incluso muy diferentes: ya sea el campo en vía de despoblación, ya sean las grandes fábricas-dormitorio o el sistema de subcontrataciones en la construcción-- la claridad de los textos es el punto de llegada de una arquitectura conceptual y analítica bien argumentado y desde una opción militante. Biografías y cambios estructurales, trayectorias individuales y transformaciones de clase encuentran su síntesis subrayando los sufrimientos físicos y mentales que, en los trabajadores y trabajadoras, produce el proceso que, en los últimos veinte años, ha ido transformando la Chinaen la “fábrica del mundo”.
Pun Ngai usa principalmente (aunque no sólo) instrumentos de investigación de tipo etnográfico. Lo que le permite sacar a la superficie el lado oculto del milagro chino: el sentido de auto-destrucción y la muerte como acto corpóreo de resistencia en el caso de los suicidios (24 entre primeros de 2010 y finales de 2011) que ocurrieron en la Fosconn, la empresa taiwanesa con numerosas sedes en China, que produce el 50 por ciento de los productos de eléctrónica del mundo mediante una organización del trabajo jerarquizada y una división del trabajo muy rígida (de sus fábricas salen más de 90 IPhones por minuto); los cuerpos exhaustos de los obreros y las obreras expuestos a ritmos de trabajo insostenibles; las fracturas en la vida social de los trabajadores y trabajadoras migrantes: «no existe futuro como trabajador en la ciudad, pero no tiene sentido volver a la aldea» (1).
Y, sin embargo, nada está cristalizado en los textos de este libro. En sus diferentes capítulos no se llega a comprender el carácter móvil y ambivalente de la frenética transición que ha activado la apertura china al capitalismo. La movilidad es un fenómeno intrínseco al régimen de producción que se ha instaurado, dado que la velocísima rotación de los trabajadores migrantes está en función de la maximización de la explotación de la mano de obra provinente de las regiones del interior.
Reconociendo explícitamente un tributo a las lecciones de E. P. Thompsony a su obra fundamental, The Making of the English Working Class, Pun Ngai rehuye toda posible lectura esencialista de la nueva clase obrera en formación. La clase no es una “cosa”, sino un sujeto colectivo que se forma en un proceso histórico en la intersección entre opciones individuales (la autora lo evoca con la expresión “proletarización autodirigida”, refiriéndose al deseo de los jóvenes de emigrar a la ciudad) y vínculos de carácter material (regímenes de producción, condiciones de trabajo y formas de la cotidianeidad).
A la hora de analizar el proceso de formación de la nueva clase obrera china se focaliza la atención hacia uno de los fenómenos socio-demográficos globales más importantes de las dos últimas décadas: la migración interna de cerca de 200 millones de personas que, a partir de los años noventa, abandonaron el campo y se fueron a las ciudades costeras de China para ser trabajadores asalariados. Entre 16 y 17 millones de estos migrantes trabajan en las empresas de capital extranjero; son las que consiguen los más altos beneficios y las que tienen las condiciones de trabajo más duras. La autora subraya el carácter espúreo del proceso de proletarización en curso. Un proceso definido como “incompleto” ora por el papel ejercido por el sistema de residencia del hukou (que, impidiendo a los trabajadores migrantes conseguir la residencia legal en la ciudad, le priva de la posibilidad de alcanzar el status propio de los trabajadores urbanos), ora por el vaciamiento y despolitización del concepto de clase, fomentado sistemáticamente por la leadershipchina (la Chinaarmoniosa de Hu Jintao). Es un auténtico “proyecto hegemónico”, con el objetivo de remoción de las condiciones materiales de vida y trabajo, apoyado por el saber académico y particularmente por la “sociología pública”. Esta última, como señala el capítulo primero, ha colocado las señales del surgimiento del conflicto social dentro del anodino perímetro lexicográfico de las diferencias de “capa” y de las “desigualdades”.
En el texto no faltan las referencias a la difusión de conflictos desencadenados de luchas por intereses concretos e insurgencias localizadas. Por lo general se trata de explosiones repentinas de rabia y descontento causadas por unas insoportables condiciones de trabajo y de vida. Se citan formas embrionarias de “micropolítica de base” y de “activismo celular”, alimentadas por la percepción que los migrantes tienen de su propia identidad dividida (ni campesinos, ni trabajadores urbanos). El mismo régimen segregante de las fábricas-dormitorio, forma peculiar de “producción del espacio de la producción”, de remodelación de las disposiciones del espacio para favorecer la expansión capitalista, si por un lado apunta a aumentar las posibilidades de explotación por parte de la empresa, por el otro lado crea las condiciones para la transformación de los mismos dormitorios en espacios de conflicto, que permiten una rápida difusión de las diversas formas de resistencia localmente.
Estas formas de resistencia se enfrentan, sin embargo, a un enorme bloque de poder. La alianza entre administraciones locales y el capital nunca ha sido tan fuerte: léanse las páginas que se refieren al modo con que las autoridades locales compiten entre ellos para ofrecer condiciones más ventajosas para las empresas. Las reformas económicas no han institucionalizado –tal como pretendía la lectura irénica del proceso de transformación en curso-- la protección legal de los trabajadores: la reciente innovación legislativa sobre los árbitros y contratos de trabajo apenas si se aplican en los centros de trabajo. El gasto para el welfare y los consumos colectivos (vivienda, sanidad, escuela) es prácticamente nulo. Los sindicatos están compinchados con las empresas.
Más allá de los indicados en el libro, no faltan factores de contexto que podrían favorecer un protagonismo de nuevo tipo de la clase obrera en formación. ¿Los cambios demográficos (con efectos de largo periodo de la política de hijo único) y las dinámicas de desarrollo de las áreas internas podrían determinar una carencia de mano de obra en las regiones del acelerado desarrollo capitalista chino, es decir, en las costeras? Ante la imposibilidad de responder, hoy, a este interrogante y a otros tantos que la lectura del libro contribuye a aflorar, hay que felicitarse de que esta colección de ensayos dé nuevo vigor, incluso en nuestro contexto, a la discusión sobre las transformaciones materiales del trabajo. Una discusión demasiado cargada de retórica desencantada y totalitaria –otro “proyecto hegemónico”-- de las “reformas” y las “opciones obligadas”. [Que son moneda corriente en los gobernantes europeos de estos tiempos, llámense Rajoy, Monti. N. del T.]
Traducción de JLLB