24/06/2013
La oleada de protestas de las últimas semanas en Brasil ha sorprendido prácticamente a todos los observadores del país, a los dirigentes políticos y al gobierno. Si parece con frecuencia relativamentefácil comprender las razones ex post de las turbulencias que suceden en cualquier país, no siempre es difícil predecir ex ante las que vendrán. En un artículo dedicado a Brasil, publicado el 13 de mayo pasado, señalábamos con cierta precisión la mayor parte de las cuestiones que están agitando una parte de la opinión pública brasileña, aunque nunca pensamos que conducirían al escenario actual. El aumento relativamente moderado de los billetes del transporte urbano en muchas ciudades del país ha sido el increíble detonador de una situación que, desde hace tiempo, presenta un cuadro difícil en algunos aspectos. Pero como decía, me parece, Bertolt Brecht hace ya muchos años, la situación en Egipto parece revolucionaria desde hace 5.000 años.
Para empezar, recordaremos que el país –como el resto de los que forman parte del llamado grupo de los BRIC-- ha registrado recientemente una mayor o menor ralentización del crecimiento económico; Brasil un poco más que el resto. En efecto, en el periodo 2003 – 2010 el PIB brasileño ha crecido como media un 4 por ciento al año mientras que las reformas sociales que Lula llevó adelante han permitido una reducción importante de los niveles de pobreza y sacaron de la miseria a cerca de 40 millones de brasileños, reduciendo un poco las desigualdades en un país tradicionalmente situado entre los menos igualitarios del mundo. Por otra parte, con Lula se alcanzó una situación próxima al pleno empleo. Sin embargo, en el último periodo se ha registrado solamente un aumento del PIB del 2,7 por ciento en 2011 y del 1,0 en el 2012, mientras que las perspectivas de crecimiento para este año se estiman en menos del 3 por ciento. Esta ralentización de la economía –tanto para Brasil como para el resto de los países del BRIC— ha generado un agotamiento, al menos parcial, de los modelos de desarrollo que hasta ahora se habían perseguido por las dificultades de llevar adelante las reformas necesarias para cambiar las cosas. Particularmente, mientras en los otros BRIC la ralentización se ha debido, esencialmente a razones internas, en el caso de Brasil ha sido a una asociación estrecha de éstas y las externas.
El desarrollo del país se había basado en el pasado en tres factores importantes. Por un lado, una fuerte demanda del mercado internacional, particularmente de China, de muchas materias primas; después, el relevante crecimiento de los consumos internos, favorecido más que por el aumento de las rentas medias por un fuerte impulso de un abundante crédito bancario; y, finalmente, por el relevante flujo de capitales externos, atraídos por las buenas perspectivas de crecimiento del país y por el dinero de los mercados financieros internacionales. Sin embargo, ahora la demanda de materias primas baja, el consumo interno muestra un cierto estancamiento, debido al relevante nivel de endeudamiento de los consumidores, mientras que el flujo de capitales decae por algunas medidas de control que se han puesto para corregir algunas implicaciones negativas de dicho flujo de capitales.
Mientras el gobierno se esforzaba con intentos de relanzar los procesos de desarrollo para contrarrestar la ralentización de la economía, estalla la revuelta. Ésta parece que particularmente se ha generado porque el gobierno no ha sabido dar prioridad a los problemas más importantes del país. Las tensiones se complican debido a las grandes diferencias económicas regionales y de clase en el interior del país. Mientras tanto hay una difusa y profunda corrupción, un fenómeno que es común a todos los BRIC. Sobre este frente Lula no se había empleado a fondo, mientras que la Rousseff , desde el inicio de su mandato, había cesado clamorosamente y con firmeza a ministros y funcionarios no demasiado honestos. Pero su gobierno se basa en una coalición de muchos partidos, grandes y pequeños, y los exponentes de algunos de ellos han amenazado con romper la baraja si la campaña se sigue con precisión.
Paralelamente nos encontramos ante una burocracia pública muy ineficiente. En ese ámbito, después, como ha indicado la brutal represión de las manifestaciones, la policía no ha sido sustancialmente reformada y parece ser, por lo general, la misma del periodo de la dictadura. Por lo demás, ello tiene que ver con otro grave mal del país, con una tasa de criminalidad muy elevada: cada año, por ejemplo, se producen 50.000 delitos. En ciertas áreas urbanas la inseguridad campa por sus respetos.
Pero lo que los brasileños contestan en este momento a los poderes públicos es, sobre todo, el uso torticero de los recursos financieros. La inversión de decenas de miles de millones de dólares para los eventos deportivos del próximo año choca dramáticamente con las grandes necesidades de los servicios. El país tiene un terrible déficit de infraestructuras de transporte (puertos, calles, aeropuertos, ferrocarriles, metros), que constituyen un embotellamiento fundamental de los procesos de desarrollo al tiempo que tiene una carencia de escuelas, hospitales y otros servicios sociales.
Con un ambiente urbano del tráfico, crónicamente congestionado, el gobierno ha concedido recientemente muchos incentivos para la adquisición de nuevos coches. Recordemos que sólo en Sao Paulo, desde el 2002 hasta la presente, circulan por las calles más de 2,6 millones de nuevos vehículos. En esta ciudad, que ha sido el centro de la protesta, hay pocas líneas de transporte urbano con respecto a las necesidades; he ahí por qué un pequeño aumento de las tarifas ha contribuido a que estallara la protesta. Y, más en general, las ciudades brasileñas son hoy catástrofes urbanas (Ituassu, 2013) con un tráfico incontrolado, una especulación urbanística, la ausencia de servicios públicos y la inseguridad.
Recordemos, citando algunos casos de carencias de infraestructuras, que los barcos que transportan las mercancías, de importación y exportación, se ven obligados a hacer escalas durante semanas en los puertos (y con frecuencia durante meses) con pérdidas de eficiencia muy relevantes. Y que las grandes deficiencias del sistema escolar han provocado una enorme carencia de personal cualificado.
La respuesta de la Rousseff a las protestas parece que ha abordado el corazón de los problemas. La presidente, tras la retirada de los aumentos de las tarifas de los transportes en varias ciudades, ha prometido acelerar las inversiones en la sanidad pública, y entre otras medidas quiere traer millares de médicos de otros países y dedicar todos los royalties del sector petrolífero a la enseñanza. Incluso ha hablado de un plan nacional por la movilidad.
El problema es que, en general, para responder a las exigencias de los manifestantes, el gobierno debe aumentar mucho las inversiones públicas, pero el presupuesto brasileño está bajo stress y el país corre el riesgo de desclasificación por parte de las agencias internacionales. Así pues, mientras las protestas, al menos por el momento, no parecen cesar, hay que subrayar otro aspecto de los problemas brasileños. En un artículo publicado hace algunas semanas comentábamos que Marina Silva, opositora de izquierda al partido del gobierno y que en las últimas elecciones presidenciales había obtenido millones de votos, nos recordaba que el modelo de desarrollo brasileño necesitaba grandes reformas que condujeran a un desarrollo sostenible, mientras que el gobierno actual, según Silva, se preocupa poco de muchos de los aspectos sociales y ambientales de los procesos de crecimiento.
Se puede afirmar, de manera explícita, que mientras que en el periodo de Lula se aplicaron amplias políticas de inclusión social e intercultural, cuando la presidente Rousseff ha empezado a ejercer sus funciones se ha producido una ralentización (si no un encubrimiento) de muchas de aquellas políticas (De Sousa Santos, 2013). Por lo demás, la presidente parece tener una evidente hostilidad hacia los movimientos sociales y a los pueblos indígenas.
La tarea que tiene ahora el gobierno es ciertamente difícil con unos escasos recursos financieros, con una inflación siempre latente, con dificultades con los partidos aliados, con una oposición y periódicos conservadores que ahora quiere encender la mecha y una evidente desorientación de su base electoral. Pero hic Rhodus, hic salta.
Textos citados en el artículo
De Sousa Santos B., Un progresso senza dignità. Un paese diverso dalla sua immagine, Il Manifesto, 22 giugno 2013
Traducción de Tito Ferino