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José Luis López Bulla MARIANO RAJOY SE DEFIENDE
José Luis López Bulla
Hay gente que sigue haciéndose cruces ante el silencio de Mariano Rajoy. ¿Cómo es posible –se preguntan y nos dicen--  que con todo lo que tiene encima siga sin decir oxte ni moxte, que a todo haga oídos de mercader?

Por supuesto, el caballero nunca ha sido excesivamente hablanchín, pero cuando ha sacado la lengua a paseo siempre nos recordó el viejo apotegma de los años cincuenta: «la cagaste, Burt Lancaster». Metió el remo hasta el corvejón cuando puso su mano y su lengua en el fuego por ese, con perdón,  Bárcenas; y volvió –según parece--  a estropear la cosa cuando afirmó que no había cobrado nada de lo que se decía en los famosos papeles. Una vez tomado conciencia de ambos renuncios usa la oblicua retórica de Mourinho: el «otro equipo» es sustituido por «esa persona». Y añade, en el fondo, la técnica del famoso film Rebeca: todo el mundo habla de esta dama, pero nunca la vimos en la pantalla.

Rajoy ha sido avisado –o bien ha caído en la cuenta--  de que cualquier cosa que diga será una autoinculpación. No puede llamar truhán a Bárcenas, porque antes le puso en un pedestal; y no puede decir que los papeles le afectan indirectamente porque antes lo negó como Pedro al Nazareno. Así pues, Mariano debe callar; tiene que ir apurando ese cáliz de amargura hasta que reviente la cosa. Yendo por lo derecho: el silencio de Mariano no es impotencia sino una estrategia de su auto defensa. Por lo demás, una cosa sorprende sobremanera: Aznar no se ha sumado (al menos todavía) al grupo de masajistas de Rajoy. En todo caso, digamos que es normal que este grupo (especialmente ministros) arrope en sus declaraciones al presidente del gobierno: de un lado, es una forma de defenderse ellos mismos; y, de otro lado, es un mensaje que intenta contrarrestar lo dicho por la limpia y pura moza del partido que es la Aguirre.  Así las cosas es de prever que, cuando cesen las calores, se organice –directa o indirectamente por el PP--  un acto de desagravio o algo por el estilo en las más puras tradiciones del viejo grito de secano: «¡Vivan las caenas!» En suma, exigir que Mariano hable es, como decían los viejos santaferinos de hace setenta años, buscar pan de trastrigo, vale decir, pedir lo imposible. O sea, la boca cerrada es –al menos por ahora--  la defensa de ese Mariano.        
  
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