Que los turistas visiten museos debería ser una buena noticia. Aunque nadie ha demostrado jamás que a los asesinos en serie no les guste Caravaggio o Kandinsky, ver un cuadro es bastante más inocuo que el balconing o las despedidas de soltero. Si un millón de personas entran en un museo, son un millón de pequeños instantes culturales que gana la humanidad; y además mientras están allí no pueden ver Gran Hermano ni Supervivientes, que no es poca cosa. Todo este preámbulo se podría haber condensado en una frase: Que los museos sean visitados, me parece mejor que peor. Creo que no hay nada más absurdo que un museo vacío; bueno, tal vez sí: la programación de Telecinco.
Pero ahora debemos formular el problema. Son demasiados. Hacer dos horas de cola para después ver fragmentos de cuadros tapados por las cabezas de nipones que fotografían las pinturas, mientras grupos que persiguen guías vociferantes te empujan como si fueran ñus atravesando el Serengueti es una forma moderna de tortura. Y no se dejen engañar por las encuestas: Nadie va a confesar que su visita al museo ha sido como una hora en el dentista, porque en los manuales del buen turista les advierten que ver un museo es lo mejor que les puede pasar en la vida.
Creo que la museología turística (no existe, pero debería existir) tiene que encarar el problema e inventar soluciones. Al menos antes que una familia de la Bretaña quede sepultada bajo un grupo de turistas rusos que aún no conocen la dieta Dukan. En un improvisado brain storming, éstas serían algunas propuestas iniciales. ¿Cuáles son las suyas?.
Los gestores de espacios saben que los turistas se concentran en horas montaña y que desaparecen en las horas valle. Hay una cadencia horaria en la que todos caemos. No es que sean muchos (que lo son), sino que además usan los mismos horarios por lo que llenan los espacios a las mismas horas. Una primera solución de emergencia es fijar horarios y, por tanto, llenar los espacios valle con los turistas que sobran de las horas montaña. Esto se puede hacer de forma universal, como en la
Alhambra de Granada, o solo por cupos, como en el Fast Pass de los parques Disney.
Puestos a jugar con los horarios, ¿por qué no estirar los tiempos de apertura?. Casi todos los grandes museos de Barcelona abren a las 10 (algunos a las 11) y cierran a las 20 horas. Incluso cierran un día a la semana (como el MACBA) o alguna tarde. El horario medio de apertura es de unas 60 horas semanales, de las 168 posibles. Tal vez no compense estirar por la mañana (o tal vez sí), pero estoy seguro que un museo que cerrase a las 22 horas estaría lleno por las noches. Si pasamos de 60 a 120 horas, duplicaremos el tiempo disponible, lo que equivaldría a dividir por dos el grado de congestión en un modelo de gestión horaria. La mitad del agobio puede ser la tranquilidad.
Gestión de nodosEn realidad, no todos los museos de la ciudad están abarrotados. No se cabe en la Miró, el Picasso, el MACBA o el Cosmocaixa; la cosa empieza a decaer en el MNAC. El resto se llevan las migajas. La Tàpies no alcanza los 80.000 visitantes anuales. Le pasa lo mismo a Madrid, a Londres, a París o a Nueva York. Los turistas van a unos pocos museos y visitan unos pocos monumentos. Siempre los mismos; por eso están llenos.
Las ciudades se deberían plantear como objetivo estratégico colocar en el imaginario turístico un museo secundario. No hace falta recomendar a los turistas que vayan a la Miró, porque toda la maquinaria turística (de las guías a las excursiones facultativas) está organizada para ponerla en valor o el Picasso. En algunas ocasiones, se podría fomentar un cierto
antimarqueting de los grandes museos y a favor de los pequeños, que trasladase una parte de los flujos masivos hacia nuevos nodos por descubrir. Las ciudades no deberían recomendar sus TopFive porque lo único que hacen es contribuir al colapso. Parece más sensato intentar ampliar ese Top con dos o tres nodos más. Cuanto mayor sea la oferta, más se distribuirán los flujos y, por tanto, menor será la presión sobre cada uno de los nodos. Mejor seis museos con medio millón de visitantes que tres con un millón. En el peor de los casos, conseguiremos que los turistas no vean dos museos de media, sino que visiten tres, pero me parece un efecto secundario asumible.
Nuevos espaciosLos museos clásicos no estaban diseñados para grandes masas, a diferencia de los campos de fútbol o los parques temáticos. Los edificios museísticos deben asumir su condición de continentes de masas de una vez. Eso exige replantearse muchas cosas, tantas que no podría resumirlas en el espacio de este párrafo. Centrémonos en dos ideas clave: La primera es que la congestión está relacionada con dos variables, que son el número de usuarios y la superficie. Si no podemos actuar sobre la primera, hagámoslo sobre la segunda y estiremos al máximo el espacio disponible. Los museos son demasiado pequeños y los espacios de acceso crean más cuellos de botella que en una cervecería.
Puestos a rediseñar, me imagino salas menos densas, con muchas menos obras por pared, mayores recursos audiovisuales (diez personas no pueden admirar a la vez la textura de una pincelada, pero un buen audiovisual puede mostrarla a varias docenas), itinerarios diversos (cortos, medios, largos), áreas de consulta, zonas de reposo... De los museos incómodos, fríos, densos y minúsculos a los museos ágora. confortables, cálidos, espaciosos y dinámicos.
Públicos diversosNo todos los usuarios de un museo son iguales. Algunos precisan de una dosis mínima de obras para satisfacer su curiosidad, lo que me parece legítimo y, en algunas ocasiones, totalmente razonable. Otros quieren sentir el hálito de lo extraordinario y saben que eso requiere paciencia y una cierta intimidad. Unos buscan un contacto rápido e intenso. Otros valoran la soledad y el tiempo. ¿Por qué ofrecemos a todos el mismo producto?.
Imaginen un museo con tres itinerarios, distribuidos como las capas de una cebolla. Para algunos, la capa exterior (sobrefrecuentada) es suficiente; allá se encuentran algunas de las obras más representativas y la información básica. En una segunda capa, más exclusiva, entramos a salas con menos visitantes, con más tiempo, menos densidad, más información. Podemos, incluso, imaginar una capa profunda, más erudita, con experiencias culturales casi únicas.
Es posible también combinar los recursos audiovisuales con las obras expuestas. Para algunos, los recursos explicativos de alta calidad ofrecen las claves necesarias para entender unas pocas obras. El museo es más una fuente de respuestas que una exposición de arte. Para otros, las obras son el principal argumento y no necesitan una fuente de información densa. Estas dos necesidades extremas nos permiten imaginar dos museos diferentes bajo el mismo techo, que genera dos experiencias opuestas, pero perfectamente compatibles.
Me imagino, por ejemplo, la sala solitaria, una sala expositiva en la que solo es posible acceder de uno en uno, por tiempo limitado (digamos, 15 minutos) y que puede producir instantes de extrema sensibilidad.
LocalesNo hay museos sin un uso ciudadano. Que el Picasso reciba casi un 97% de visitantes internacionales quiere decir que los locales (y, por extensión, los catalanes) lo consideran un museo inaccesible. Curiosamente, la paciencia es una virtud que desarrollamos en los viajes y estamos dispuestos a esperar y compartir nuestra visita con centenares de miembros de nuestra especie. Cuando estamos en nuestra localidad, cinco minutos se nos hacen eternos. Pero eso, y por otras razones que sería largo explicar, los residentes no visitan tantos museos como los turistas.
La estrategia turística de un museo precisa, paradójicamente, una estrategia no-turística. Si el museo no forma parte de la identidad local, su condición de artefacto turístico lo debilita. El nuevo plan de gestión del Park Güell nos da alguna pista, con acceso gratuito para los aborígenes y previo pago para los forasteros. Puestos a pedir, ¿por qué no horas exclusivas para locales, como las iglesias que cierran sus puertas para el culto de los feligreses?.
Romper el museoHay una forma extrema de conseguir romper la congestión, que es romper la unidad del museo. Imaginen, por ejemplo, que convertimos el Picasso en tres museos Picasso, separados entre sí por un espacio lo más amplio posible. Imaginen un Picasso en el Born, otro en el Eixample y un tercero en Montjuïc. Con ello, conseguiré o bien disminuir la presión sobre el conjunto (aquellos que deciden ver solo un espacio no presionan sobre los otros dos) o bien espaciar la visita (para aquellos que acaban recorriendo el conjunto de los espacios). Me imagino incluso un vehículo que los lleva de museo en museo y que durante el trayecto les permite ampliar su información sobre la obra y el autor.
Dejo a un lado las posibilidades de la tecnología (la aplicación del
Street Museum de Londres, por ejemplo), la disolución de las fronteras entre dentro y fuera del museo, los espectáculos que combinen artes escénicas y obras o las sesiones de aprendizaje. Es cierto. Algunos museos están muy por encima del umbral de ruido. Ha llegado el momento de repensar los museos y la gestión turística de las grandes ciudades. Y ustedes, ¿qué ideas proponen?.