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José Luis López Bulla EL PACTO DE LA «PICCOLISSIMA SERENATA»
José Luis López Bulla


Gianni Ferrio, el señor de la música italiana, ha muerto en el país donde se decía que florece el limonero. Nada menos que el autor de dos piezas inolvidables: La piccolissima serenatay Parole, parole. La primera nos llegó a Santa Fé, capital de la Vegade Granada, de la mano de Renato Carosone; la segunda vino, mucho más tarde, de la voz de Mina, la inmarcesible.

Mucho me costó convencer a Santiago El Pajarito, maestro barbero, y su irregular orquestilla –violín, bandurria y la percusión de la pandereta y del tenedor con la botella rugosa de aguardiente--  de que debía incorporarse la Piccolissimaen los conciertos de los sábados por la noche en la barbería santaferina. El maestro barbero era de la opinión que se trataba de «música menor», y que --por no estar a la altura del vals de las Olas ni del tanguillo Angelitas, del maestro Barrios— para el cuarteto de cuerdas y percusión era un desprestigio esa coplilla. Me dijo que él no tocaría el violín ni en su barbería se interpretarían tales quisicosas. Visto lo visto y oído lo que había oído no tuve más remedio que, a mis quince años, pasar a la acción que llamé pomposamente el «plan murmullo».

Propalé por el pueblo que El Pajarito ya no era el Sarasate de Santa Fe: los años no perdonan, afirmaba bombásticamente; que, sobre todo, hacía trasquilones en el pelo y que a nadie se le ocurriera ponerse en sus manos para afeitarse… Era mi chusquera y juvenil idea de  cómo debía comportarse doña Correlación de Fuerzas. En menos que canta un gallo fui llamado a capítulo: El Pajarito transigía siempre y cuando figurara como pieza telonera. Y, así pues, «pacta sunt servanda»…

… y llego el sábado: estreno “universal” de la Piccolissima serenata en la barbería. Santiago, al violín; Pepelópezfuentes a la bandurria; Carancha a la pandereta; y un servidor con el tenedor y la botella rugosa de aguardiente (vacía, naturalmente). Santiago volvió a ser el Sarasate de Santa Fe, Pepelópezfuentes desafinó en un par de compases, Carancha estuvo aseado y un servidor no tuvo su día. Pero nada de tales fallos fueron percibidos por el respetable. Es más, fuimos tan ovacionados que las palmas echaban humo.

Días más tarde llegó a la barbería un telegrama. Lo firmaban el maestro Ferrio y Renato Carosone. Santiago lo enmarcó y, encima, hizo correr que la idea de tocar la pieza --«que estaba a la altura del Sitio de Zaragoza», afirmó con desparpajo--  era suya y sólo suya. Y caí, años más tarde, que cuando se hace un pacto hay que estar en todos los detalles.   


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