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José Luis López Bulla LA REVANCHA DE KARL MARX
José Luis López Bulla
Por Michael Schuman, Time, Estados Unidos, 25 marzo 2013

Todos pensaban que Karl Marx estaba muerto y enterrado. Tras el hundimiento de la URSS y del gran salto adelante de China hacia el capitalismo, el comunismo se había convertido en algo que tiene un trasfondo pintoresco, bueno para las películas de James Bond o para los eslóganes delirantes del nordcoreano Kim Jongun.

La lucha de clases que, según la doctrina de Marx determina el curso de la historia, parecía disuelta ante el bienestar que había creado el libre cambio y la libre empresa. La fuerza omnipotente de la globalización, capaz de relacionar los ángulos más remotos del planeta mediante relaciones financieras muy lucrativas, externalizacones y empresas sin límites, ofrecía a todo el mundo la oportunidad de enriquecerse, desde el gurú de Silicon Valley a las campesinas chinas. Todo ello era posible gracias a los instrumentos capitalistas del comercio, la acción de los empresarios y las inversiones del exterior. El capitalismo parecía que mantenía la promesa de llevar a todos al nivel más alto de la riqueza y del bienestar.

Eso era lo que pensábamos. Con la economía global en crisis prolongada y los trabajadores de todo el mundo en lucha contra el desempleo, las deudas y la estagnación de los salarios, la feroz crítica de Marx sobre la naturaleza intrínsecamente injusta y autodestructiva del capitalismo no puede ser liquidada fácilmente. Marx teorizó que el sistema capitalista llevaría inevitablemente al empobrecimiento de las masas, concentrando toda la riqueza en las ávidas manos de unos pocos, provocando crisis en cadena y una exasperación del conflicto entre los ricos y la clase obrera. «La acumulación de riqueza en uno de los polos y, al mismo tiempo, la acumulación de miseria, tormento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalización y degradación mental en el polo opuesto», escribía Marx.

Un dossier, cada vez más documentado empíricamente, alimenta la sospecha de que Marx tuviera razón. Es tristemente fácil zambullirse en las estadísticas que demuestran que los ricos se están haciendo más ricos, mientras la clase media y los pobres cada vez están peor.  Según un estudio publicado en 2012 por la Economic PolicyInsitute, ese año el salario medio anual de un trabajador varón, a tiempo completo, en los Estados Unidos era de 48.202 dólares, mucho menos que en 1973.  Entre 1983 y 2010, el 74 por ciento de la riqueza en los EE.UU. fue a parar a las manos del 5 por ciento más rico de la población, mientras que disminuyeron los salarios de la franja más baja (el 60 por ciento). Así pues, no hay que sorprenderse de que alguien haya desempolvado al filósofo alemán.  En China, el país marxista que le dió la espalda a Marx, Yu Rongjun ha compuesto un musical basado en El Capital, inspirándose en los recientes acontecimientos mundiales. «Es evidente que la realidad coincide con la descripción que hace el libreto», observa el comediógrafo.


Cada vez más enrabiados

Marx no acertó en todo. Su «dictadura del proletariado» no ha funcionado siguiendo los planes previstos. Pero las consecuencias de esta creciente desigualdad están siendo las que previó Marx: ha vuelto la lucha de clases. Los trabajadores de todo el mundo están cada vez más enrabiados y exigen su participación en la economía global. Desde el Congreso de los Estados Unidos a las plazas de Atenas hasta las cadenas de montaje de China están cada vez más expuestos a las tensiones entre capital y trabajo. La salida de este choque influenciará a la política económica global: el futuro del welfare, la estabilidad política en China y los gobiernos desde Washigton a Madrid. ¿Qué diría hoy Marx? «Más o menos lo que dijo», afirma Richard Wolf, economista marxista de la New School, en Nueva York. «La disparidad de rentas está generando un nivel de tensión en el mundo que no había visto en toda mi vida».  
En los Estados Unidos las tensiones sociales van en aumento. Es la percepción difusa de una sociedad dividida entre el 99 por ciento (la gente común a la que le cuesta llegar a final de mes) y el 1 por ciento (los mega ricos que se enriquecen todavía más). En una encuesta realizada el año pasado por el Pew Research Center, dos tercios de los entrevistados (un 19 por ciento más que en 2009) respondieron que en los EE.UU. hay un conflicto «fuerte» o «muy fuerte» entre ricos y pobres. 
El endurecimiento del conflicto ha dominado la política estadounidense. El choque entre los partidos en torno al problema del déficit presupuestario ha sido, en cierta medida, un choque de clase. Cuando el presidente Obama habla de aumentar los impuestos a los más ricos para sanear el presupuesto, los conservadores lo definen como una «guerra de clases» contra los ricos. Sin embargo, ellos también están haciendo una lucha de clases. El plan de saneamiento fiscal de la Administración golpea a la clase media y a los pobres con los recortes a los servicios sociales.
Hay señales de que  este nuevo clasismo está agitando el debate sobre la política económica estadounidense. En el punto de mira está la teoría del trickle down, es decir, el éxito del 1 por ciento beneficia también al 99 por ciento (1). Según David Madland, director de la comisión de expertos Center for american progress, la campaña de las presidenciales del 2012 ha puesto encima de la mesa la necesidad de reconstruir la clase media, según una nueva escala de prioridades políticas. «El modo de pensar la economía ha sido trastornado. Me parece que estamos ante un cambio radical», dice Madland. 

La campaña de Hollande

La ferocidad de de esta nueva lucha de clases es todavía más evidente en Francia. En Mayo del año pasado la separación entre ricos y pobres, acentuada por la crisis, apareció cada vez más intolerable a los ciudadanos que eligieron como presidente al socialista François Hollande, famoso por la frase «no me gustan los ricos». La clave de su victoria en la campaña electoral fue la promesa de aumentar los impuestos a los ricos para mantener el welfare. Para evitar los drásticos recortes del gasto público, introducidos en otros países europeos, Hollande propuso aumentar la parte alícuota máxima de los impuestos sobre las rentas hasta el 75 por ciento. Esta propuesta fue rechazada por el Tribunal Constitucional, sin embargo el presidente está buscando la forma para introducir una medida similar. Dándole la vuelta a una decisión particularmente impopular de su antecesor, Hollande fijó la edad de jubilación a los sesenta años para algunas categorías de trabajadores, aunque muchos en Francia hubieran querido que hubiera ido más allá. «La propuesta sobre los impuestosdebe ser el primer paso de un reconocimiento por parte del gobierno que el capitalismo, en su forma actual, se ha convertido enalgo tan injusto y malo que, sin profundas reformas, amenaza con implosionar», afirma Charlotte Boulanger, experta en organizaciones no gubernamentales.
Los movimientos de Hollande han desencadenado la contraofensiva de los capitalistas. «El poder político nace del cañón del fusil», decía Mao Zedong. Pero en un mundo donde El Capital fue siempre más móvil, han cambiado las armas de la lucha de clases: antes de ceder ante Hollande muchos ricos franceses se han ido al extranjero llevándose valiosos puestos de trabajo e inversiones.  Jean-Émile Rosenblum, fundador de la casa comercial Pixmania, se ha ido a los Estados Unidos, donde espera encontrar  un clima más acogedor para los empresarios. He aquí lo que dijo Rosemblum: «El conflicto de clases es una consecuencia normal de la crisis, pero la instrumentalización política que se ha hecho de ello es demagógica y discriminatoria. En vez de ganarse la confianza de los empresarios para crear empresas y puestos de trabajo que necesitamos, Francia los persigue».
La distancia entre ricos y pobres puede llegar a ser explisiva incluso en China. En los mercados emergentes el choque entre ricos y pobres se está convirtiendo en un motivo de preocupación para la política. Contrariamente a lo que piensan muchos norteamericanos y europeos, China no es el paraíso de los trabajadores. El «tazón de arroz de hierro» (una expresión de la época de Mao que indicaba un puesto de trabajo de por vida) ha desaparecido junto al maoismo y las reformas han dejado pocos derechos a los trabajadores. Y aunque los salarios en las ciudades han crecido de manera significativa, se ha ampliado mucho la separación entre ricos y pobres. Otra encuesta del Pew Center ha revelado que casi la mitad de los chinos considera que la distancia entre ricos y pobres es un problema muy grave, mientras que el 80 por ciento está de acuerdo que en China «los ricos se enriquecen y los pobres cada vez están peor».
En las ciudades industriales chinas el resentimiento está llegando al punto de ebullición. «La gente se cree que nos pegamos la gran vida, pero la realidad de la fábrica es muy diferente», dice Peng Ming, un obrero del enclave industrial de Shenzhen, al sur del país.  Luchando contra unos horarios interminables con costes cada vez más altos, managers indiferentes y frecuentes retrasos en el pago de los salarios, los trabajadores empiezan ya a verse como proletarios. «El modo de los ricos para ganar dinero es explotando a los trabajadores», dice Guan Guohu, otro obrero de Senhzen. «El comunismo es nuestra esperanza». Dicen los obreros que si el gobierno no interviene para mejorar sus condiciones, los trabajadores estarán más motivados a hacerse cargo de la situación. Prevé Peng que «los trabajadores se organizarán y deben estar unidos».  Probablemente ya está sucediendo.
Es difícil medir el descontento en China, aunque según los expertos va en aumento. Una nueva generación de obreros de las fábricas –más informados que sus padres gracias a internet--  es más explícita a la hora de exigir mejores condiciones salariales y laborales. Por el momento, la respuesta es contradictoria. El gobierno ha subido los salarios mínimos, ha suavizado las leyes laborales para dar mayor tutela a los trabajadores. En algunos casos ha permitido el derecho de huelga. Pero las iniciativas de movilización, por parte de los trabajadores, son todavía reprimidas incluso por la fuerza. He ahí por qué el proletariado chino cree poco en su «dictadura». Dice Guan: «El gobierno piensa más en la empresa que en nosotros». Si Xi Jinping no reforma la economía, redistribuyendo a la gente común una parte de los frutos del crecimiento se corre el riesgo de aumentar el descontento social.
Cosas a revisar

Está creciendo el sufrimiento de los trabajadores en todo el mundo. Decenas de miles de personas están ocupando las plazas en ciudades como Madrid y Atenas, protestando contra el terrible desempelo y contra las medidas de austeridad que están empeorando la situación. Sin embargo, por ahora la revolución marxista no se ha realizado todavía. Los trabajadores tienen problemas comunes, pero no se coaligan entre ellos para resolverlos. Por ejemplo, en los Estados Unidos, durante la crisis la afiliación al sindicato continúa disminuyendo, mientras el movimiento Occupy Wall street ha agotado su impulso. Explica Jacques Rancière, experto en marxismo por la Universidad de París, que quien protesta no pretende socavar el capitalismo, como había previsto Marx, sino simplemente a reformarlo. «Entre los manifestantes no se invoca a liquidar o destruir los sistemas socioeconómicos existentes. Hoy, el conflcto de clases exige una revisión de estos sistemas para que sean más practicables y sostenibles y, a largo plazo, una redistribución de la riqueza», dice Rancière.
A pesar de las reivindicaciones, las políticas económicas actuales continuan aumentando las tensiones de clase.  En China, las cúpulas del partido han prometido a reducir las disparidades de rentas, pero en la práctica han evitado hacer cualquier tipo de reforma (lucha contra la corrupción, liberalización del sector financiero ...)  que servirían para conseguir los objetivos.  Los gobiernos europeos, atrapados por la deuda, han recortado los programas de welfare, a pesar del desempleo, que va en aumento, y el crecimiento en estagnación. En la mayor parte de los casos, la solución elegida para remediar el capitalismo ha sido la introducción de más capitalismo. Los acreedores de Roma, Madrid y Atenas rechazan el desmantelamiento de las tutelas de los trabajadores y la desregulación de los mercados internos. El escritor británico Owen Jones, autor de Chavs, la demonización de la clase obrera ha dicho que es «una lucha de clases desde arriba».   Son pocos los que se oponen a eso.
La formación de un mercado de trabajo global ha pillado desprevenidos a los sindicatos en todo el mundo industrializado. La izquierda, arrastrada a la ofensiva neoliberal de Thatcher y Reagan, no ha conseguido situar una alternativa creíble. «Prácticamente todos los partidos progresistas o de izquierda, antes o después, han contribuido al resurgir y a la ampliación de los mercados financieros y al desmantelamiento de los sistemas de welfare para demostrar que eran capaces de hacer las reformas», dice Rancière. Y añade: «yo diría que la posibilidad de que un partido o un gobierno laborista o socialista, en cualquier país del mundo, pueda repensar significativamente (revolución aparte) el sistema económico existente es muy estrecha. Lo que deja abierta una posibilidad inquietante: que Marx haya diagnosticado no sólo las imperfecciones del capitalismo, sino incluso las soluciones a estas imperfecciones. Si la política no encuentra el modo de dar más oportunidades a todos, los trabajadores de todo el mundo podrían unirse verdaderamente. Y Marx se tomaría su revancha. 
da TIME Magazine 25 marzo 2013
Versión castellana de José Luis López Bulla

(1) Una variante del extraño teorema de Pareto (Nota del Traductor)   
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