Si casi nadie desde las filas de la derecha había reclamado esta ley del aborto y, ni siquiera había una exigencia de masas con relación a ella, ¿a qué viene este nuevo disparate del Partido Popular? A mi entender, hay dos elementos que explican este gallardonazo. El primero es de naturaleza doméstica; el segundo tiene un alcance de más amplios confines. No obstante, ambos están vinculados entre sí.
El primero: esta ley, de un lado, va dirigida a satisfacer las exigencias de las derechas ultramontanas españolas, no sólo políticas, con la idea de «hacer un pleno» en las próximas elecciones generales, se trata de rebañar votos a diestra y siniestra; y, de otro lado, a ir completando el círculo de disposiciones del endurecimiento termidoriano.
El segundo: el gallardonazo se inscribe en el juego de «alta política» de la caverna vaticana y sus franquicias nacionales contra el papa Francisco. Es un frente curial que siente amenazado su mando en plaza frente a un papa que puede hacer reformas imprevisibles en los terrenos concretos y en la moral. Es el potente aviso de las cavernas: seguimos estando aquí, como centinelas de Occidente contra cualquier aventura o relativismo. Más todavía, recuerdan que no se puede desperdiciar la potencia ideológica de la religión como único fundamento ideológico de la comunidad que azuza violentamente a la emergencia de los movimientos integristas en el mismísimo corazón de Europa.
En ambos casos –el doméstico y el universal-- son, claro está, la expresión del signo de los tiempos: demediar los derechos civiles en los terrenos sociales, económicos, políticos y civiles. Es la santa alianza de lo que nuestro amigo Riccardo Terzi apreciaba en su lúcido ensayo Democrazia e partecipazione nella crisi del sistema político: «el ataque a la democracia, conducida por vías indirectas con una acción molecular que no se refiere a los principios, sino a mecanismos concretos». Y es que, como explica la mar de bien nuestro amigo italiano «la religión acepta la democracia sólo como un producto secundario, subordinado». Más todavía, mientras tenga el monopolio de la moral, y la legislación se haga a su imagen y semejanza.